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USHUAIA, EL FIN DEL MUNDO & PARQUE NACIONAL TIERRA DEL FUEGO

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Le dimos muchas vueltas al tema de bajar o no hasta Ushuaia, principalmente porque la Patagonia es enorme y cada día parecía más largo y arduo el camino para llegar hasta el fin del mundo.

Nos habíamos cruzado algunos viajeros que aseguraban que los atractivos turísticos eran bastante caros, y en general percibimos que algunos habían sufrido más por llegar que lo que habían disfrutado del lugar. Eso, sumado al anunciado viento y frío patagónico, nos generaba un poco de inquietud.

Así estábamos, atentos a señales de la vida que nos indicaran el mejor camino, y en una de esas paramos en una estación de servicio. Mientras Camilo montaba la tiendita ambulante para recolectar el dinero que necesitábamos para llenar el tanque y continuar, yo me dispuse a adelantar la “escuela sobre ruedas” de Paz y Teo con tan buena suerte que no tenía tajalapiz. Fui al almacén de la estación a preguntar si vendían un sacapuntas pero como es de esperarse, no tenían.

En ese instante sucedió la magia: Una señora que me escuchó se acercó y me dijo que ella tenía uno y podía dármelo. Le agradecimos y tras cruzar un par de líneas de diálogo nos contó que vivía en Ushuaia. Ella (Daniela) y su esposo (Hugo) estaban regresando de viaje en moto. Los escuchamos, nos escucharon, les contamos nuestras inquietudes y ellos sin pensarlo y con un carácter arrollador nos dijeron que teníamos que llegar a Ushuaia, que era poco lo que faltaba y que nos iba a encantar. Tenían alma de viajeros y un espíritu optimista.

Para hacer el cuento corto, después de esa hora de conversación, cruzamos contactos, nos despedimos y cada cual retomó su ruta. Unos minutos después, dentro de la kombi y mirando al camino que se extendía frente a nosotros, nos dijimos en voz alta: “vamos hasta Ushuaia”.

Un mes después de este encuentro, efectivamente, llegamos a Ushuaia, les escribimos y nos dijeron que viniéramos a su casa donde dispusieron un cuarto para que nos acomodáramos “bajo techo”.

Y así han transcurrido las últimas 3 semanas en su casa: Nos han nutrido de amor y consentimientos. Incluso hace unos días nos llevaron a lo que en realidad llaman “el fin del mundo” en el Parque Nacional Tierra del Fuego. Allí acaba la ruta 3, la ruta más austral del planeta. El parque es precioso, y fue conmovedor sellar el pasaporte en el correo del fin del mundo.

Ushuaia, definitivamente tiene una energía especial. Para nosotros ha sido un sueño, pero puedo imaginar una historia muy distinta sin ese providencial encuentro. Ahora es tiempo de partir, hacer tripas corazón, despedirse de los amigos con un poco de nostalgia, tomar coraje para enfrentar el frío en la kombi, dar un giro de 180 grados y emprender un nuevo camino… el camino de regreso.

En Ushuaia, cómo en tantos otros hogares, dejamos un trocito de nuestro corazón.

 

Rodando tienda en Brasil

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Llegamos al Brasil, y por azar del destino, nos encontramos con la gasolina más cara de todo el paseo y el momento económico más crítico de FamiloAmerica. Teníamos el reto de sobrevivir 1 mes y 20 días sin dinero pues, por un lado, habíamos cambiado de inquilinos y tuvimos que destinar el primer cañón en gastos para adecuar el apartamento nuevamente; y por otro lado, la inmobiliaria consigna los 20 de cada mes y no aceptó hacerlo de otra forma con nosotros. Así que, mientras tanto, tendríamos que descubrir cómo sobrevivir.

Lo primero fue aprender a no gastar, a vivir realmente austeros. Debo confesar que pasar de tener dos salarios, comodidades y hábitos restauranteros de ciudad, a una vida simple y sobria es todo un arte que recién, un año después de salir, empezamos a manejar. En Paraguay habíamos conocido los voluntariados de WorkAway y empezamos a intercambiar nuestro trabajo en granjas orgánicas (regar, plantar, cosechar e incluso pintar paredes) por un techo seguro donde dormir, comida fresca y sana; y quizás lo más bonito: intercambio de experiencias y saberes con personas maravillosas.

No gastar lo que no se tiene, fue nuestro nuevo lema y tanto lo niños com0 nosotros fuimos aprendiendo poco a poco a no pedir y no necesitar.

Lo segundo era generar ingresos para poder avanzar, así que desempolvamos la vergüenza y sacamos algunos productos que habíamos traído desde Colombia para montar una tiendita andante en la kombi. Y así fuimos aprendiendo a vender, y mientras aprendíamos a vender empezamos a contar la historia, -nuestra historia- que resultó muy atractiva y poco a poco fuimos conociendo personas que se acercaban interesadas por el viaje.

Todo esto viene al caso porque hace unos días me preguntaron qué ha cambiado en mi vida y entendimiento en este tiempo desde que salí­. Es difí­cil de responder, pero inmediatamente se me vinó algo a la mente: el viaje me conectó con un sentimiento de profunda esperanza por el mundo y la humanidad. Cuando vivía en la ciudad, en medio de discusiones sobre polí­tica, las noticias, la sociedad, etc, me abrumaba una especie de aflicción relacionada con el mundo y su futuro. Hoy, que precisamente salí a conocer el mundo, me siento llena de ilusión y maravillada por un universo de personas solidarias y generosas, que han alimentado mi confianza.

En definitivas nunca nos ha faltado nada. Algunos días tuvimos que vender para poder almorzar. Otros días no vendimos pero recibimos tantas colaboraciones que logramos resolver la necesidad del momento, por ejemplo una cena (en casa de alguien que nos invitaba), lavada de ropa (con un desconocido que ofrecía hacerlo en su casa y regresarlo al día siguiente), e incluso una vez llegaron a nuestra Kombi unas manos con bolsas de mercado para nosotros. Y así, cómo por arte de magia, se fue armando el rompecabezas que resolvía un tema cada día.

Quiero aprovechar este espacio para agradecer especialmente a Javier Lazaro y sus hermosas piedras de mandalas; y a Laura Cahnspeyer del Taller de Té y sus exquisitas mezclas. Nos acompañaron hasta este momento y juntos logramos atravesar la ruina más maravillosa de mi vida.

Hermosa travesía.

  

ARQUETIPOS: fuente, principio, origen.

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Arquetipos, así se llamaba una clase en la Universidad de Los Andes a la que tuve la fortuna de asistir durante mi corto tránsito por la arquitectura. El profesor era un tipo interesante, se llamaba Fabio. No recuerdo bien qué enseñaba, pero recuerdo que me motivaba a levantarme en la mañana, llegar a tiempo a clase y reflexionar temas abstractos de la vida.

Para el trabajo final, Fabio tenía varias alternativas que anotó con tiza en el tablero, una de las cuales consistía en escribir un ensayo comparado de dos libros: Robison Crusoe y una versión contemporánea de Michel Tournier. Yo escogí hacer el ensayo y naturalmente me colgué en el tiempo, así que faltando unos días fui a hablar con el profesor para decirle que cambiaría de proyecto. Me acuerdo el lugar exacto de esa conversación, frente a la cafeteria de “las monas”. Fabio me dejó hablar las excusas que había practicado y después me miró a los ojos y me dijo -Dígame la verdad, no ha empezado a leer y no le da el tiempo para cumplir la fecha. No se preocupe, yo le doy más tiempo pero no la dejo cambiar de proyecto-.

Para ese entonces, en los años 20 de mi vida, yo estaba en un periodo personal oscuro y triste. Había sufrido la perdida de mi padre y la pena de un desamor, mezclado con psicoactivos y un grupo de amigos que tiempo después nos auto-denominaríamos “el parche calavera” (no se sabe cual estaba más perdido pero todos nos queríamos y nos acompañábamos). Fue entonces cuando, inspirada por Tournier, me surgió la idea que en algún momento de la vida me gustaría ir pasar un tiempo en el polo Ártico o Antártico. Vivir una experiencia extrema estilo Robison Crusoe para enfrentarme a la crudeza y la belleza de vivir en un lugar remoto donde la supervivencia evidenciara lo esencial, lo verdaderamente primordial. Le dije a mis amigos que algún día se iban a acordar de mí cuando llegara al hielo.

Luego crecí, maduré un poco y olvidé parcialmente el episodio (risas). Ahora, vida curiosa, que vamos rumbo al sur precisamente en busca de glaciares y pingüinos, se me viene todo esto a la memoria: las clases con guayabo, el libro, mi retórico discurso sobre el Polo.

Pues bien, varados en Perú y aturdidos por una nueva reparación del carro en la gran ciudad, decidimos evacuar a las montañas y llegamos a un lugar de misticismo. El espacio lo llevan dos seres que me evocan a los barqueros de Siddhartha: Eu el fabricante de tambores y Fernando el hombre sin propósito. Ellos y sus familias habitan la tierra del no-tiempo y viven una fantasía que pudimos saborear y disfrutar. Compartieron con nosotros su experiencia personal de soltar, entregarse y confiar-se al universo, venga lo que venga. Estas son algunas palabras que me quedan de toda la experiencia:

  • El afán mata la magia de la vida.
  • “La mente miente”.
  • El tiempo no existe, solo el eterno presente.
  • El que conoce con la razón, cree. El que conoce con el alma, sabe.
  • El plan Divino (el plan del universo), se manifiesta al momento de abandonar todo proyecto personal. Los proyectos son proyecciones del ego que nos impiden vibrar y darnos cuenta que todo en la vida es una maravilla, una bendición.
  • Debemos aprender a ser espectadores: no querer controlar, no querer protagonizar.
  • Los niños deben descubrir y explorar por ellos mismos, sin calificar, sin competir. Sin llenarlos de actividades para que estén satisfechos y entretenidos en todo momento.
  • Infinitas posibilidades.

No me alcanzan las palabras para describir lo bien que nos sentó estar allí. Descubrí que este viaje al interior recién comienza y que esto, que llamo FamiloAmerica, es lo más cerca que llegaré de aquella idea romántica de adolescente cuando alguna vez me imaginé vivir la aventura “Robison Crusoe” (la búsqueda de lo esencial)… y al mismo tiempo, de como nunca imaginé que lo haría en familia.

 

 

 

“Cali es Cali y lo demás es loma” y Dharma si que sabe algo de lomas. 

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Lo primero que cambia cuando viajas es el tiempo. Empieza a desenvolverse a su ritmo, a su antojo. Cuando quieres ir a Popayán, el tiempo te lleva de regreso a Cali. Te enseña ser paciente, a aprovechar mientras desbaratan el motor de tu carro en medio del calor de medio día. Los niños (sabias criaturas) tienen su forma de percibir los contra-tiempos, casi siempre para ellos es ganancia, un día más para disfrutar de amigos y su estancia. Qué palabra esa: contra-tiempos. Te enseña a pilotear las frustraciones, las varadas, los cambios en los planes.

Cómo dice Julián Sierra, “Paradójico, el tiempo, todo lo da y todo lo quita. (…) Nada más personal, nada más compartido. Nada más abundante, nada más escaso. El tiempo está en todas partes y en ninguna. Es la forma de ser y de no ser. El tiempo es puente, pero también abismo. Desechable, inmortal. La vida está hecha de tiempo, pero así mismo es una carrera contra el tiempo.

Acá, en el momento presente, nos vemos cara a cara con nuestros temores. Frecuentemente nos preguntan: ¿no tienen miedo? Yo, sinceramente, creo que con Cami y los niños vivimos en una búsqueda de libertad del miedo. Aun así, la respuesta es clara. Sí, tenemos miedos por montones. Ahora mismo tenemos miedo que el carro no despegue y fracasemos en el sueño. Pero … ¿quién no tiene miedos?

Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.
Y los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.
Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.
Los automovilistas tienen miedo a caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados.
La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de decir.
Los civiles tienen miedo a los militares. Los militares tienen miedo a la falta de armas.
Las armas tienen miedo a la falta de guerra.
Es el tiempo del miedo.
Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo.
Miedo a los ladrones y miedo a la policía.
Miedo a la puerta sin cerradura.
Al tiempo sin relojes.
Al niño sin televisión.
Miedo a la noche sin pastillas para dormir y a la mañana sin pastillas para despertar.
Miedo a la soledad y miedo a la multitud.
Miedo a lo que fue.
Miedo a lo que será.
Miedo de morir.
Miedo de vivir.

*El Miedo Global de Eduardo Galeno.

Buenas noches Cali. Abrazo mi miedo. Acá estamos y por acá seguimos.
“Cali es Cali y lo demás es loma” y Dharma… si que sabe algo de lomas.

Home, Sweet Home.

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-Las nubes siempre están en movimiento-
Me entretengo pensando mientras contemplo el cielo azul de la gran ciudad. Volver a Bogotá, sin casa, nos traía ansiedad e incertidumbre. Veníamos predispuestos a un gran reto y nos recibieron acontecimientos inimaginables.
Vivir en casa de una familia amiga, nos llenó de bienestar y de enseñanzas. Como vernos a nosotros mismos en un espejo, con distancia prudente para aprende de cada detalle. Nuestros anfitriones, y sus pequeños rituales, hicieron de su casa un lugar de atmósfera apacible. Compartimos innumerables tazas de te , la cual acompañan del calor de las velas, luz tenue, música y conversaciones que hacen que quieras congelar el tiempo para siempre.
Vivimos el dolor de una muerte cercana que nos sacudió y nos recordó lo frágil y pasajera que es la vida. La alegría de un nacimiento y la euforia de un matrimonio. Todo alrededor de seres cercanos y queridos que llevamos en el alma.
Y como si fuera poco, tuvimos la oportunidad de inventar nuevas despedidas. Una ceremonia de Inipi ofrecida por un amigo extraordinario y poco convencional, con el corazón del tamaño del espacio. Nos acompañó el calor intenso, los cantos, el tambor y el cariño de los amigos que hacían de las suyas para purificar el cuerpo y el corazón. –Puerta, puerta, por favor abran la puerta – pedía al terminar
Ahora es tiempo de seguir. De movernos. De viajar. Gracias Bogotá. Gracias a nuestras mamás por recibirnos siempre, como el buen hijo que tarde o temprano vuelve a casa.

Cualquier parecido con la realidad -no- es pura coincidencia.

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Bahia Solano, 4 de Mayo. En una cabaña frente al mar.

-¿Y si vamos para el Pacifico?- le pregunto al ver una desviación para Quibdó en la carretera, sintiendo un poco de duda en mis propias palabras. Cami guarda silencio un instante y me responde: -quizás el Chocó no es para este paseo Pau-. Yo asiento y, con un poco de resignación, abandono la idea mientras pienso… “Cami ha viajado por toda Colombia trabajando para Naciones Unidas y conoce bien el territorio… quizás no es el momento”.

Nuestra meta era Ciudad Perdida. Queríamos viajar por una Colombia que no conocíamos hasta el momento, y este antiguo y sagrado poblado indígena estaba en el tope de nuestra lista. En las últimas semanas habíamos estado visitando lugares maravillosos en la zona cafetera y Antioquia mientras entendíamos mejor la dinámica de vivir en nuestro carro-casa. Fue hermoso, pero a mi me faltaba lejanía, mística, complejidad… una meta más difícil de alcanzar.

Hasta ese momento, habíamos tenido ya dos desviaciones importantes de nuestro plan (ambas maravillosas) y empezábamos a calcular que no llegaríamos a la costa Atlántica a tiempo. Empezaba también a sentirnos completamente impredecibles -incluso a nosotros mismos-  y eso, aunque moleste a algunos, a mi me llena de vida y frescura. Pasaron uno o dos días más, hablando de los planes y de la ruta y yo, con un poco de terquedad, me aventuré a preguntar una segunda vez: ¿Y si vamos para el Pacifico?

Cuando murió mi papá sabía que extrañaría su presencia cada día, cada momento… y en consecuencia atravesé un dolor profundo que tomó bastante tiempo en desvanecer. Sin embargo, fue con el pasar del tiempo cuando empecé a entender exactamente qué era eso que perdía, ese hueco que quedaba en mi vida. Hoy puedo dar nombre a cada aspecto.

Yo crecí entre lagunas, casi siempre fuera de la ciudad los fines de semana. Mi padre era pescador (no de profesión, pero si de corazón) y amante del páramo, así que nos llevó a viajar por gran parte del paisaje colombiano. Tenía sus rituales: le gustaba madrugar para evitar trancones y poder aprovechar las mejores horas de pesca. La noche anterior preparaba todo y dejaba el carro empacado y listo para salir, con su caja de anzuelos, sus cañas, su flotador, el motor, sanduches y bebidas para la jornada. Cada uno de nosotros, sus hijos, tuvimos momentos de gloria junto a él en medio del silencio que genera ese espejo de agua alrededor. Él decía que eso era su meditación, su momento de paz.

Cuando murió mi viejo, se me perdió esa conexión de viajar por el territorio Colombiano, ese amor por recoger campesinos en el camino, por aventurarse en carreteras despavimentadas, por perdernos y regresarnos, por encunarnos, por vararnos… ese gusto de viajar por tierra y recorrer el país.

Este viaje me ha traído de regreso instantes vívidos de mi niñez y en varias etapas del camino me encuentro cara a cara con mi viejo. Él era un tipo meticuloso y aventurero… yo, sin duda, heredé lo aventurero.

La pregunta quedó abierta esa noche y sin un destino definido. Yo me dormí mientras Camilo miraba en internet y hacía unas llamadas por teléfono. A la mañana siguiente, me levantó con un beso y me dijo: “Buenos días mi Pau… levántate que nos vamos para Quibdó”.

DIARIO DE EVA

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En los últimos años de colegio encontré en la biblioteca de mi casa un brillante relato de Mark Twain que cuenta la aparición de Eva en la vida de Adán. Fue durante varios años mi libro de cabecera y, recientemente, en un ir y venir de reflexiones sobre la vida y el amor, me ha inspirado para hacer este relato de viaje una construcción de historias paralelas, desde puntos de vista distintos: un diario de 4.

Por suerte… siempre somos y seguiremos siendo distintos, y cómo a Adan y a Eva, el Creador nos embarcó en esta aventura por el Jardín del Edén en la cual vamos con Caín y Abel en una Westfalia del 81 buscando un poco de sentido (o locura?) por las tierras de America Latina.

El día en que Camilo y yo decidimos compartir la vida juntos, estábamos en un chalet bajo una noche estrellada en un lugar remoto en las montañas Suizas. Yo acababa de regresar de mi primera inmersión en un monasterio Zen y estaba perdidamente enamorada, pero sentía un llamado interno de soltar por un tiempo la vida moderna, cotidiana, y vivir una experiencia como nómada, más cercano a lo que podría llegar a ser un asceta. En ese entonces era profesora de Yoga y tenía un proyecto de montar un restaurante vegetariano en Bogotá. Me seducía (y me seduce aún) la idea de una vida sencilla, con poco equipaje y pocas pertenencias.

Así que con un poco de temor y sinceridad le dije esa noche a Camilo que algún día me iba a aburrir de nuestra vida e iba a querer dejarlo todo y cambiar radicalmente. Su respuesta fue hermosa y reveladora: “prométeme que nunca vas a aburrirte de mi y de nosotros, y yo te prometo a ti que lo dejaremos todo cuando y cuantas veces sea necesario”. Esa fue nuestra declaración de amor. Esos fueron nuestros votos.

Este viaje, romántico y especial, responde principalmente a una crisis profunda que hemos vivido en los últimos años. Con nosotros mismos, como pareja y con la vida que llevamos. Tenemos todo lo necesario para ser felices, y lo sabemos (nuestro maestro nos lo recuerda todo el tiempo)… pero la verdad es que por algún motivo la rutina y la mecánica nos está matando. Nos está acabando. Y mal que bien, con los años y un poco de meditación he aprendido a conocer y reconocer ese sentimiento que busca adrenalina… la ansiedad de sentirme viva.

Quiero descubrir quién soy cuando no hago lo que hago, cuando no tengo lo que tengo. Estar todo el día con mis hijos. Quiero levantarme sin tener un plan del día, un plan de vida. Sorprenderme con lo que se atraviese en el camino. Soltar. Respirar. Caminar sin prisa. Andar sin tener que llegar a algún lugar. Dormir en cualquier parte. Descubrir qué puedo hacer y qué puedo ofrecer. Ser más creativa. Leer más, escribir, tocar guitarra. Perderme. Encontrarme. Llorar a cántaros y reírme a carcajadas. Salir, soltar, saltar al vacío y vivir un pedacito de mundo diferente.

Time has come. Welcome to our journey. It wont be easy… it will be real.

* Ilustración extraída del libro Diarios de Adán y Eva. Editorial Impedimenta. Ilustradora Sara Morante.