Nuestro Blog

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Cualquier parecido con la realidad -no- es pura coincidencia.

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Bahia Solano, 4 de Mayo. En una cabaña frente al mar.

-¿Y si vamos para el Pacifico?- le pregunto al ver una desviación para Quibdó en la carretera, sintiendo un poco de duda en mis propias palabras. Cami guarda silencio un instante y me responde: -quizás el Chocó no es para este paseo Pau-. Yo asiento y, con un poco de resignación, abandono la idea mientras pienso… “Cami ha viajado por toda Colombia trabajando para Naciones Unidas y conoce bien el territorio… quizás no es el momento”.

Nuestra meta era Ciudad Perdida. Queríamos viajar por una Colombia que no conocíamos hasta el momento, y este antiguo y sagrado poblado indígena estaba en el tope de nuestra lista. En las últimas semanas habíamos estado visitando lugares maravillosos en la zona cafetera y Antioquia mientras entendíamos mejor la dinámica de vivir en nuestro carro-casa. Fue hermoso, pero a mi me faltaba lejanía, mística, complejidad… una meta más difícil de alcanzar.

Hasta ese momento, habíamos tenido ya dos desviaciones importantes de nuestro plan (ambas maravillosas) y empezábamos a calcular que no llegaríamos a la costa Atlántica a tiempo. Empezaba también a sentirnos completamente impredecibles -incluso a nosotros mismos-  y eso, aunque moleste a algunos, a mi me llena de vida y frescura. Pasaron uno o dos días más, hablando de los planes y de la ruta y yo, con un poco de terquedad, me aventuré a preguntar una segunda vez: ¿Y si vamos para el Pacifico?

Cuando murió mi papá sabía que extrañaría su presencia cada día, cada momento… y en consecuencia atravesé un dolor profundo que tomó bastante tiempo en desvanecer. Sin embargo, fue con el pasar del tiempo cuando empecé a entender exactamente qué era eso que perdía, ese hueco que quedaba en mi vida. Hoy puedo dar nombre a cada aspecto.

Yo crecí entre lagunas, casi siempre fuera de la ciudad los fines de semana. Mi padre era pescador (no de profesión, pero si de corazón) y amante del páramo, así que nos llevó a viajar por gran parte del paisaje colombiano. Tenía sus rituales: le gustaba madrugar para evitar trancones y poder aprovechar las mejores horas de pesca. La noche anterior preparaba todo y dejaba el carro empacado y listo para salir, con su caja de anzuelos, sus cañas, su flotador, el motor, sanduches y bebidas para la jornada. Cada uno de nosotros, sus hijos, tuvimos momentos de gloria junto a él en medio del silencio que genera ese espejo de agua alrededor. Él decía que eso era su meditación, su momento de paz.

Cuando murió mi viejo, se me perdió esa conexión de viajar por el territorio Colombiano, ese amor por recoger campesinos en el camino, por aventurarse en carreteras despavimentadas, por perdernos y regresarnos, por encunarnos, por vararnos… ese gusto de viajar por tierra y recorrer el país.

Este viaje me ha traído de regreso instantes vívidos de mi niñez y en varias etapas del camino me encuentro cara a cara con mi viejo. Él era un tipo meticuloso y aventurero… yo, sin duda, heredé lo aventurero.

La pregunta quedó abierta esa noche y sin un destino definido. Yo me dormí mientras Camilo miraba en internet y hacía unas llamadas por teléfono. A la mañana siguiente, me levantó con un beso y me dijo: “Buenos días mi Pau… levántate que nos vamos para Quibdó”.

HAY TIEMPO PARA VER EL ARCO IRIS

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Plaza central de Filandia, Quindío.

Al momento de escribir este relato (3 de mayo), completamos un mes desde la despedida oficial en el parque “El Virrey” y tres semanas desde la verdadera salida de Bogotá, ese inolvidable jueves santo. En este periodo hemos tenido la bella oportunidad de viajar por la zona cafetera en Colombia, teniendo como sede la casa de Ema, la abuela materna de Paula, en Cartago. Estamos aprendiendo a viajar y a “cojerle el tirito” a la vida en familia, juntos 24/7 en nuestro carro – casa. Hemos visto lugares maravillosos, hemos conocido personas divinas, nos hemos sorprendido con Colombia. Hemos tenido dificultades y alegrías, vivido momentos duros y hermosos. Hemos reído y hemos llorado en diferentes momentos y hasta en los mismos. Y en medio de estos días de sol y de lluvia, estoy aprendiendo a ver el arco iris en todo momento, aunque las condiciones de sol, lluvia y la posición adecuada parecieran no estar presentes. Quiero compartir con ustedes en este relato, mi “expedición A.L. interior” haciendo un recuento por los lugares que visitamos del eje cafetero y, luego, realizar un recorrido interno por mis reflexiones y aprendizajes que he tenido en este primera etapa de FamiloAmerica como papá.

El eje cafetero es una región encantadora para cualquier visitante, nacional o extranjero, por sus pueblos pintorescos, sus paisajes apacibles, su ambiente tranquilo y su gente cariñosa. Tuvimos la fortuna de pasar por varios pueblos y ciudades de 5 departamentos unidos por la cultura cafetera: Cartago (norte de Valle), los alrededores de Pereira (Risaralda), Salento (Quindío), el Valle del Cocora (Quindío), Filandia (Quindío), Santa Rosa de Cabal (Risaralda), Manizales (Caldas) y Jardín (Antioquia).

En el Valle del Cocora, Quindío

Este recorrido inició en el Valle del Cocora, con sus majestuosas y altísimas palmeras de cera que alcanzan los 60 metros de longitud, las más altas del mundo. El plan principal para nosotros fue montar a caballo a Paz y a Teo y caminar con Paula casi 4 horas, ida y regreso, hasta la Reserva Natural de Acaime para ver los colibríes. Paz y Teo demostraron sus habilidades para el manejo de los caballos, resultado de las amorosas enseñanzas de la abuelita Patty y el paisita en la finca de Pacho. Los jinetes montaron a “Chavela” y “Simón” en un camino de herradura  en el que tuvimos que subir empinadas, atravesar ríos, bajar por la trocha y disfrutar del paisaje, el bosque y los pájaros típicos de esta región. Turrón, nuestro querido pastor alemán, dejo de ser un perro de ciudad y volvió a ser perro atravesando (sin zapatos!) todos los obstáculos de este maravilloso recorrido. Los burros de los papás (yo, por delante, y Paula) caminamos las cuatro horas con la compañía de nuestro querido guía José. Al subir, vimos los colibríes tan rápido como mueven sus alas, nos tomamos una aguapanela con queso y bajamos a toda velocidad para que no se pasara la hora del alquiler de caballos. En este caso, como en la mayoría de los viajes, lo mejor del día fue hacer el recorrido y vivir la aventura, y no solo llegar al destino.

Plaza central de Filandia, Quindío.

Del Valle del Cocorá nos fuimos con rumbo a Filandia, famoso pueblo del Quindío que muchas personas (con razón) nos habían recomendado visitar. Nos recibió un pueblo muy bonito con casas de fachadas hermosas, con sus paredes, puertas, balcones y marcos de las ventanas pintadas de colores vivos y variados. Y no sólo las casas cerca a la plaza central para que los turistas lo veamos bonitas. Todas las casas, calles y tiendas de Filandia están bien mantenidos, un reflejo claro del buen espíritu de su gente y un ejemplo del amor propio y de cuidado colectivo de esta región. A Filandia no le queda pequeño ese título que leímos en una pared que dice “el pueblo más bonito de Quindío”. Paz y Paula tomaron una clase artesanal para aprender a construir atrapasueños, mientras que yo y Teo caminamos el pueblo hasta llegar al mirador. Pero lo mejor de Filandia, fue la deliciosa tarde de juegos y deporte que pasamos en la plaza central con los niños y jóvenes de este pueblo. Por suerte y coincidencia, llegamos un miércoles, día que cierran las calles de la plaza central para que los niños se reúnan y jueguen futbol, volleyball, pingpong, ajedrez, rana y muchos otros juegos al frente de la iglesia principal. Mientras jugábamos felices en esta tarde soleada, empezó a lloviznar. Nadie dejo de jugar, nadie encontró la lluvia como una intrusa sino que todos la recibimos como una refrescante mojadita como cuando nos mojábamos jugando futbol siendo niños. En medio del sol que volvió a salir y la refrescante lluvia, entre las verdes montañas y el cielo, apareció el arco iris, intenso, colorido, vivo, impactante. Uno de los arco iris más lindos que haya visto en mi vida y que me recordó que la Vida es sol y lluvia… al mismo tiempo.

Teo en Panaca

De regreso hacia Cartago, entre Quimbaya y Alcalá (Quindío), pasamos por el parque temático Panaca, una granja ecológica agropecuaria para aprender sobre los animales de nuestro campo: perros, gatos, gallinas, vacas, toros, caballos, marranos, cabras y hasta gusanos de seda son algunos de los cientos de animales con los que Paz y Teo pudieron interactuar y aprender. Junto el bioparque (zoológico)de Ukumarí a las afueras Pereira que también visitamos, Panaca es una muestra de la capacidad colombiana por tener un lugar turístico autóctono, bien pensado y ejecutado, donde los animales y los visitantes son tratados respetuosamente y con las instalaciones adecuadas para enseñar la importancia de proteger y cuidar a nuestros hermanos animales (a pesar de estar en cautiverio).

Lluvia y tristeza en Panaca.

La emoción de la llegada al Panaca duró poco. Después de recorrer una hora el parque, empezó a llover muy fuerte y Panaca se parecía cada vez más al Arca de Noé. Nosotros tuvimos la misma fe y perseverancia de nuestro amigo Noé y decidimos mojarnos con alegría para seguir disfrutando de los espectáculos y el parque. El entusiasmo duró poco porque cancelaron los espectáculos y cada vez llovía más fuerte, aguando la fiesta que empezábamos a disfrutar. Con agua por todos lados y gotas en los ojos de Paz tuvimos que regresarnos a Cartago y aplazar nuestra visita a Panaca para otro día.

Con Ema, Callita y Mauricio en Cartago.

En Cartago, estuvimos con Ema (la abuela de Paula), Moris y Callita (sus tíos), disfrutando de la compañía, el cariño y el consentimiento de la familia que todos recibimos con agradecimiento. Como ellos, sentimos que muchos nos acompañan y nos apoyan desde la distancia en nuestros días de lluvia y sol por FamiloAmérica. En esta calurosa ciudad del norte del Valle, aprovechamos para instalar la manija de la puerta corrediza de “Dharma” y para ver el clásico del futbol mundial Real Madrid vs. Barcelona que finalmente ganó el equipo culé con dos golazos de Messi en uno de los mejores clásicos que haya visto. (Lo registro en este escrito porque fue un partido intenso, con buen futbol donde se podía definir la Liga, con gol de James y un final de película en el minuto 92… y porque puede ser la última y única alegría de esta temporada para los culés, hasta ahora muy blanca). Para despedirnos de Cartago y agradecer las atenciones recibidas, fuimos a comer una pizza en familia con los tíos y la bisabuela, recargando el tanque de buena energía y apoyo que tanto necesitamos.

Termales de Santa Rosa de Cabal, Risaralda.

De Cartago salimos hacia Manizales, sin saber que se nos cruzarían las deliciosas y relajantes termales de Santa Rosa de Cabal. Nos desviamos del camino planeado, como muchas veces hacemos en FamiloAmérica, atendiendo al llamado de la intuición y al consejo de otras personas. Esta vez, el llamado no falló y pudimos conocer y disfrutar de unas piscinas termales a cielo abierto, en medio de las montañas verdes y con una hermosa cascada de agua como trasfondo de otro lugar maravilloso y bien mantenido en Colombia. Estas termales ahora hacen parte de nuestra lista de lugares recomendados para los turistas extranjeros y nacionales. Si están cerca, desean relajarse, quieren disfrutar de los regalos de la naturaleza y nutrirse de las aguas calientes del fondo de la tierra… vayan a las termales de Santa Rosa de Cabal!

En la tienda de la esquina con don Hernando.

Luego del relajado baño y el descanso en las termales y del increíble atardecer con el que nos recibió las afueras de Manizales, la vida nos compensó con un poco de dificultad. “Dharma”, algo cansado de este trayecto, sufrió un poco con las empinadas calles de Manizales y nos quedamos colgados en una de estas empinadas típicas de la ciudad. Finalmente tuvimos que esperar a que “Dharma” se enfriara, se desocupara la calle y rodar cuesta abajo… en reversa. Logramos salir adelante (mejor, atrás). Llegamos a la casa de Aída y su hija Antonia (hermana y sobrina de nuestra querida amiga manizalita AnaCris), atendiendo a la generosa y oportuna invitación que nos hicieron a pasar la noche. Noche que se convirtió en dos para conocer algo de Manizales y retomar fuerzas, pegarnos una buena ducha y dormir en unas camas deliciosas bajo la hospitalidad y calidez propia de las Gonzalez. Fuimos a “El Recinto del Pensamiento”, parque que confirma una vez más que en Colombia podemos tener espacios naturales y lugares turísticos de calidad, respetuosos con la naturaleza y los visitantes. También visitamos a don Hernando, el divertido papá de las Gonzalez, con quien tuvimos una agradable charla en la tienda de la esquina y fuimos al barrio Chipre a ver el atardecer de esta ciudad que Pablo Neruda describió como “fábrica de atardeceres”. El sol decidió jugar con nosotros y ocultarse detrás de las nubes y nosotros, ante este cambio de paisaje e invitación, decidimos seguir el ejemplo y jugamos las escondidas en familia en el punto más alto de Manizales. (El atardecer de la fábrica lo habíamos presenciado el día anterior).

Panorámica de Jardín, Antioquia.

Salimos de Manizales con rumbo a Medellín y, muy al estilo de FamiloAmérica… llegamos a Jardín. Para nuestra defensa, también en el departamento de Antioquia. Este bonito pueblo de arrieros, campesinos y cafeteros es digno de su nombre y nos sorprendió con sus casas, portones, ventanas y balcones coloridos, su buen cuidado y su hermosa plaza central. Acá, jugamos felices con Paz y Teo, horas eternas, sin prisa, a lanzar al cielo los helicópteros chinos de $1000 pesos y a la nunca pasada de moda “lleva” (hasta que Paz “la llevó” en una estrepitosa caída que transformó inmediatamente su risa en llanto). Subimos a la montaña por “la garrucha” (sistema de transporte por cable aéreo) y bajamos por el camino de trocha para bañarnos en el río y lanzarle palos a Turrón. Una vez más, en el podio del placer era difícil decidir entre Paz, Teo y Turrón. Jardín nos enamoró y como novios universitarios, decidimos alargar un poco más nuestra relación porque no tenemos ningún afán. Nos quedamos una noche más para conocer el “gallito de roca” (espectacular pájaro de color rojo vivo del pecho hacia arriba, con una franja blanca y la otra negra, que canta tan hermoso como los marranos) y disfrutar de la calma y el tiempo propio de los pueblos. En Jardín tuvimos la suerte de conocer a una familia bogotana (Rene, Maria Luisa y la pequeña Flora de dos años) que nos abrió las puertas de su ducha y casa y nos atendió con la generosidad, cariño y amabilidad de un jardinero.

Al día siguiente y según los planes FamiloAmericanos, emprenderíamos el aplazado viaje hacia la capital de la montaña, Medellín. Así que nos alistamos, empacamos el carro, arreglamos la casa, madrugamos y seguimos nuestra ruta para llegar a… Quibdó en el Chocó (para nuestra defensa podemos decir que también es Colombia). Pero esta es otra historia que pronto compartiremos.

 

Siendo niños

Esta “expedición A.L. interior” empieza a mostrarme algunas cosas que no eran tan claras para mí en la rutina, calles y carreras de Bogotá. En esta ocasión quiero compartir sobre la paternidad y su relación con el tiempo que disponemos para ser papás. En estos apacibles y encantadores pueblos del eje cafetero me doy cuenta que hay un factor clave y fundamental para disfrutar la vida con los hijos (y con cualquier otra persona): el tiempo. Ese tiempo universal y aparentemente igual para todos los seres, que se compone de 60 segundos para completar un minuto y de 60 minutos para alcanzar una hora. Ese tiempo que se reduce tanto en la ciudad y en la agitada vida laboral de nuestros días, que nos obliga a trabajar al máximo o nos lleva a desconectarnos de nosotros mismos con todo tipo de entretenciones para “descansar”. Ese tiempo que prioriza la urgente por encima de lo importante, para cumplir con una serie de obligaciones laborales, económicas y hasta sociales que nos invitan plácidamente a no disfrutar del presente porque “no tenemos tiempo”. En esta carrera loca por cumplir las obligaciones (palabra fea esta) y correr de un lado para el otro, perdemos la capacidad de disfrutar y estar, primeramente, con nosotros mismos, de reconocer las maravillas de la Vida en el presente y, por lo tanto, la posibilidad de compartir a plenitud con nuestros seres queridos. Y esos tiempos apresurados y algo desnaturalizados son los tiempos a los que forzamos estar a nuestros niños para comer, vestirse, bañarse, amarrarse los zapatos, lavarse los dientes y cuando nos queda tiempo, jugar.

Echando helicóptero en la plaza de Jardín, Antioquia.

Creo que los niños tienen otros tiempos, sus propios tiempos para explorar, aprender, conocer y disfrutar. Otros tiempos que muchas veces no se ajustan a lo “importante” de los adultos, incapaces de esperar a que el niño o la niña coman, se vistan o jueguen con placidez. Y sin darnos cuenta la sociedad ha creado una tiranía de tiempo en la que estamos envueltos todos y sometemos a nuestros niños. Disculpen la generalización. Hablo a mi nombre. Siento que cuando me permito vivir el momento presente, no estoy apurando a mis hijos y me adapto a sus tiempos, disfruto de las actividades que hacen o hacemos juntos porque todas son igual de importantes. Confieso que buena parte de mis disgustos y peleas con Paz y Teo es porque no se ponen a (mi) tiempo el cinturón de seguridad, no se visten, se lavan los dientes o se montan al carro. En el viaje, veo como la tiranía del tiempo se apodera de mí y yo se la impongo a mis hijos. En FamiloAmerica los tiempos son otros. No quiero decir que deba volverse una tiranía de los niños o una parsimonia absoluta y aburridora de la Vida. Solo creo que puede ser benéfico para todos los padres darnos cuenta el ritmo de vida desenfrenado de la sociedad actual y adaptarnos entre todos a unos tiempos menos precipitados y comprensivos con las necesidades de todos, de niños y de adultos.

Victoriosos tras la metida en el frío río en Jardín, Antioquia.

No quiero echar un discurso pedagógico ni teorizar sobre la educación de los niños, solo quiero compartir algunas de mis reflexiones y aprendizajes a partir de esta primera etapa de nuestra “expedición A.L. interior”. No presumo tener o encontrar verdades ni certezas, sólo comparto las mías y momentáneas. En estas primeras semanas de viaje, he disfrutado mejor las actividades y juegos con mis hijos, de una manera diferente al que lo haría en Bogotá: volar el helicóptero chino de $100o pesos en la plaza central de Jardín, jugar a las escondidas en familia en el barrio Chipre de Manizales, lanzarle el palo a Turrón en el Valle del Cocora o Jardín, jugar ping-pong o a “la lleva” en la plaza de Filandia, verlos felices en el saltarín de Cartago, ordeñar las vacas y mojarnos bajo la lluvia en Panaca o meterse en el río del pueblo son algunos de los mejores recuerdos que tengo del eje cafetero… y más allá de las estériles discusiones y aburridores argumentos pedagógicos, pasamos felices, y “nadie nos quita lo bailado”. Estos son algunos de los momentos de sol, brillantes, alegres, luminosos que he podido disfrutar mejor porque no tengo prisa.

Y este sol es el mismo que evapora el agua, la transforma en nubes y desata las lluvias y tormentas. No todos los días son soleados. Ni en Bogotá, ni en el pueblo colorido, ni en la oficina, ni en FamiloAmerica. Y por suerte, porque tanto sol cansa, quema y aburre. Esta experiencia de vida que decidimos emprender con Paula y nuestros hijos (incluido Turrón que, más bien, es un abuelo), esta apuesta de vida por estar presentes para nuestra familia, las 24 horas del día, 7 días a la semana tiene sus dificultades, sus retos y nubarrones. El primero y paradójicamente, el no poder contar con mucho tiempo (ese mismo tiempo del que escribo) con Paula, con mi bella esposa a la que amo con toda el alma y con la que discutimos y peleamos por las diferencias que tenemos, extrañando los espacios personales y de pareja que disfrutamos en Bogotá. Como lo comentamos alguna vez de manera irónica: “¿Quieren estar con sus hijos? Pues, toma tus hijos!” Estamos enseñando y aprendiendo con nuestros hijos a respetar los tiempos y los espacios propios de todos, aunque vivamos en un carro y estemos casi todo el tiempo juntos. Por momentos, los niños son demasiado exigentes, demandantes y caprichosos (y nosotros también) , llevándonos al desespero y sacando lo peor de nosotros mismos como padres, esposos y seres humanos.

Si. Esta familia tan hermosa y bonita (siempre, en las fotos publicadas) tiene momentos de grandes dificultades, de equivocaciones y peleas que estamos aprendiendo a tratar de una manera compasiva y amorosa con nosotros mismos y con los demás miembros de la familia (humana). Muchas veces logramos escampar de las tormentas internas, logramos reírnos de nosotros mismos y las resolvemos sabiamente. Y muchas otras veces, empeoramos la situación, sacamos los rayos y los truenos de nuestro interior, empapamos a los demás y no aprendemos nada. En ocasiones, yo pierdo la paciencia y la tranquilidad con Teo, Paz o Paula y mi respuesta es con un grito, haciendo mala cara o con una respuesta “decente” que lleva debajo la rabia, la frustración y la tormenta de un padre, un esposo y un ser humano que quisiera otra cosa. Confieso que en algunos momentos preferiría estar solo, respirar tranquilo o incluso ir más rápido y no estar en una camioneta con 3 personas tan bellas como complejas… y un perro que ladra durísimo. Lo reconozco y en estos momentos de dificultad y nubes, estoy lejos de ser el padre o esposo amoroso, sensato, sabio y seguro que puede responder acertadamente a las preguntas, diferencias o retos de su familia. FamiloAmérica me ha permitido ver y enfrentarme diariamente con mi insatisfacción, mis tristezas y mi “neura”, como la llama Paula. En mí, en nosotros, en FamiloAmérica también hay sol y lluvia.

En Salento con Paz.

Cuando fuimos a Panaca la primera vez, la lluvia aguó la fiesta y la sonrisa de Paz se convirtió en llanto, rayando en una pataleta que arruinó la tarde. Cuando paseamos por las calles de Filandia, encontramos un oasis de juego y diversión en la plaza central, y logré encontrar un lugar para jugar ping-pong con los jóvenes del pueblo y a “la lleva” en familia con la nueva amiga de Paz. Cuando Paz y Teo pelean y discuten interminablemente, la tormenta surge y todos nos volvemos tempestad. Cuando no encontramos el atardecer de Manizales, la Vida nos invitó a jugar a las escondidas en el barrio Chipre. Cuando nos paramos en un peaje o le queremos preguntar alguna dirección a un transeúnte, los ladridos de Turrón resuenan por todo el carro, no nos permiten escuchar nada y me hacen perder la paciencia con el “abuelo” (que merece un capítulo aparte). Cuando puedo disfrutar del tiempo presente para lanzar helicópteros chinos con mis hijos, jugar a “la lleva” o meterme al río, la alegría me invade.

En FamiloAmérica, este carro llamado “Dharma” (que significa camino, enseñanza), se ríe y se llora, se pelea y se reconcilia, se planea y se improvisa, se besa y se equivoca, se dialoga, se canta y se hace silencio… hace sol y llueve, en diferentes momentos y simultáneamente… y cuando estamos bien ubicados, presentes en el ahora, con la mente despejada, el corazón abierto y el espíritu iluminado podemos ver el arco iris en todo lo que sucede. En medio del sol y la lluvia podemos ver el arco iris.  Y cuando sólo hace sol. Y también cuando sólo cae la tormenta. Estamos aprendiendo a disfrutar del tiempo presente para ver el arco iris en todos los momentos y lugares que visitemos, a reconocer el reflejo colorido y divino de todos los seres, escondido o visible en las múltiples y diferentes situaciones que experimentamos. Estamos iniciando, estamos aprendiendo con humildad porque muy seguramente seguiremos teniendo días de sol y de lluvia a lo largo de este viaje, de FamiloAmérica, del gran viaje de la Vida. Estamos aprendiendo que el sol, la lluvia y el arco iris, somos nosotros.

FamiloAmérica.

 

 

“You Can´t Always Get What You Want…”

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El jueves santo, 13 de abril de 2017, dimos nuestro primer paso. Completamos nuestro primer recorrido. Finalmente, después de un día inolvidable podemos decir que salimos de Bogotá y que FamiloAmérica inicia su “expedición A.L. interior”. Difícil. Largo. Emocionante. Barro y loto revueltos. Demorado y, al mismo tiempo, en el momento justo.

Salimos de Bogotá en semana santa cuando nadie lo esperaba, ni siquiera nosotros mismos. Cuando lo queríamos, lo pensamos y lo planeamos, después de esa emotiva despedida en el Parque de El Virrey el 1 de abril, no fue. Sucedió cuando la Vida,  “Dharma” y el mismo viaje sabían que era el momento adecuado para zarpar. Ni antes, ni después. Primera lección del viaje: debemos saber escuchar y fluir, soltar nuestros apegos, planes e ideas de lo que consideramos “lo mejor”.

Desde octubre de 2016, cuando tuvimos por primera vez la idea de FamiloAmérica, nos demoramos cuatro largos meses para realizar los interminables preparativos del viaje: comprar a “Dharma” y realizar los trámites correspondientes, pedir por internet y comprar los repuestos del carro, revisar y reparar el carro en varios talleres (que trajimos en grúa desde Medellín), crear esta página web, empacar y re-empacar varias veces, vararnos y desvararnos en los viajes de prueba, sacar a los niños de los colegios y despedirnos varias veces de nuestros amigos y familiares. Escogimos un sábado, 1 de abril, para hacer la despedida oficial y realizar nuestro primer trayecto Bogota – Anapoima. Al Parque del Virrey llegaron varios de nuestros amigos y familiares que nos recargaron el tanque del espíritu con su buena energía, consejos y bendiciones. Salimos recargados, felices, seguros de “iniciar con pie derecho” esta aventura familiar.

No llegamos bien – “ni siquiera” – a Anapoima. “Dharma” perdió fuerza a mitad de camino y sabíamos en nuestro interior que el carro y quizás nosotros no estábamos preparados para el viaje. Quizás nunca lo estemos del todo. Tuvimos que regresar el carro a Bogotá, entre primera y segunda velocidad, en un trayecto algo triste y largo que me volvía a recordar que el viaje es de ida y vuelta, con subidas y bajadas. Al ingresar nuevamente el carro al taller en Bogotá con pésimos síntomas y dada nuestra ignorancia mecánica, temíamos lo peor: “nos tiramos el motor y se acabó el viaje… sin haber comenzado”. Además de esto, luego de muchos debates, discusiones y charlas con todos (incluido un grupo anti-Turrón emergente), nuestro querido pastor alemán había sido “bajado del bus” y, en una decisión incomprensible y sabia al mismo tiempo, no nos dieron permiso para llevarlo en FamiloAmérica.  Segunda lección, como dice Jagger y su banda: “You can’t always get what you want”.

Empezamos a vivir la semana santa con toda su pasión, muerte y resurrección. Con esa gran duda y temor, dejé el carro medio muerto en el taller el jueves y sólo podría ser revisado por Rafael, nuestro querido mecánico de cabecera, hasta el lunes siguiente. El lunes santo Rafael abrió el motor, lo revisó y nos tranquilizó: el motor estaba bien. Podría ser reparado en un par de días sin necesidad de comprar o solicitar mas repuestos. Los anillos del motor “se habían alineado y por ahí se había fugado algo de aceite”. El miércoles santo, al tercer día y contra todos nuestro pronósticos pesimistas, el carro volvía a estar con nosotros. Los aprovechamos para ponerle a “Dharma” los vinilos adhesivos (calcomanías) de FamiloAmérica, conseguir el cenicero delantero que faltaba y reempacar (incluido Turrón).

El jueves en la tarde creíamos una vez más que estábamos listos para salir. ¿A dónde? Algunos amigos nos recomendaron probar el carro en el plano, yendo a Tunja o algún pueblo cercano en Boyacá. Rafael nos dijo que ya podríamos salir a Cartago y subir la famosa “Línea” – temido y empinado trayecto entre Bogotá y Armenia, el más difícil de Colombia. Nos invitaron a Guatavita, a las afueras de Bogotá para pasar la noche y pensamos también en visitar a Los Bermudez en Sopo. Y otros pensarían “mejor no salgan porque ese carro no los va a llevar a ningún lado”. En un impulso repentino y seguro de mi incertidumbre le dije a Paula: “vámonos a Cartago e iniciemos FamiloAmérica ya”. Paula miro a un lado un segundo y enseguida dijo: “Vamos!” Eran las 6 de la tarde y volvíamos a tener a Turrón, el carro listo y el tanque del espíritu lleno para partir. Cuando nadie lo sabía ni lo esperaba, salimos.

Salimos felices. Luego de una fuerte discusión con Paula por sobrecarga de diferencias, gracias a unos sutiles consejos de Paz y de un momento de silencio y respiración, salimos felices, escuchando la canción de “Calle 13” que se ha convertido en el himno de FamiloAmérica: “Darle la vuelta al Mundo”.  Tomamos una vez más, la ruta Bogotá – Anapoima para pasar a Ibagué, cruzar la Línea y llegar a nuestro primer destino: Cartago. Paz estaba dichosa, llena de alegría sabiendo que iniciábamos el viaje de familia que tanto estábamos esperando. Teo también iba feliz, durmiendo feliz.

Llegamos a Anapoima y los malos recuerdos del último viaje se fueron disipando tras una agradable conversación con Paula y el buen sonido del motor en medio de una agradable y desocupada carretera por Apulo, Tocaima… hasta llegar a Gualanday. Los temores de una posible varada o de un daño en el motor irrumpieron la tranquila noche con un leve olor a aceite que ya reconocíamos y que nos negamos a aceptar de primerazo, hasta que la luz roja del testigo se encendió. Nos detuvimos en un paradero al lado de la vía principal y bajamos del carro, que echaba humo por el motor y los ventanales de refrigeración. “Ahora sí, nos tiramos el motor”, “debíamos probar el carro en el plano” o “nunca vamos a realizar esta locura de FamiloAmérica con este carro” cruzaron nuestras mentes nuevamente.

Varada 001 en Gualanday

Decidimos esperar a que el motor se enfriara para luego realizar un trayecto corto hasta Ibagué, donde podríamos revisar el carro en un taller. Bajamos en un paraje solitario al lado de la vía, tranquilos de contar con seguridad que nos brindaba Turrón y la comodidad de “Dharma” para acostarnos y descansar un rato. “Nuestro carro-casa cumple satisfactoriamente con sus funciones de casa, muy cómodo y bonito, pero como carro aún le falta”, decíamos con Paula con un poco de frustración y tristeza.

Una hora después, Paula no podía dormir por el ruido y movimiento generado por los camiones y buses pesados que pasaban por la carretera, que se sumaba a la gran incertidumbre sobre nuestro “Dharma” para realizar FamiloAmérica. Me despertó y decidimos reiniciar nuestro camino hacia Ibagué. Anduvimos despacio y la mayor parte del tiempo en silencio, sabiendo que “Dharma” no estaba bien y esperando llegar a Ibagué. La luz roja del aceite se volvió a encender y a 5 kilómetros de Ibagué, orillamos el carro. Esta vez el carro no encendió y el sonido del motor presentaba un “golpe”. Empezó a llover. Panorama desolador. Me imagine regresando a Bogotá, derrotados, en una grúa que podría cargar con “Dharma” pero no con nuestra inmensa frustración.

Grúa a 5 kms. de Ibagué

Y llegaron los ángeles. Primero, llegó un amable señor de la Concesión de Vías que nos solicitó el maravilloso servicio de grúa gratuito (que justifica el alto y continuo pago de peajes en Colombia) hasta Ibagué. Subimos el carro a la grúa, mientras nuestros niños dormían otro sueño. Yo me acosté al lado de ellos, intentando dormir algo a las 4 de la mañana. En medio de la dificultad surgió la alegría y aparecieron las enseñanzas de nuestros angelitos. A las 5 de la mañana Teo se despertó sorprendido y contento: “Pá, el carro está andando solo!”. Yo me desperté, entendí la situación y solo pude reírme y contagiarme de la otra manera de ver las cosas. Agradecí a la Vida de darme a Paz y a Teo y por mostrarme que las cosas siempre se pueden ver de otra forma. Teo me sacó una sonrisa cuando más lo necesitaba y me recordó que aún podía respirar, confiar, sonreír, luchar. Para regresar el inmenso regalo que me hizo, Teo tuvo su premio: manejo a “Dharma” en la silla del piloto, sin ayuda de nadie, moviendo el timón de un lado a otro pero dando las curvas perfectamente, con una sonrisa contagiosa. Paz se despertó, fue complice del sueño y disfrutó del trayecto mágico en la silla del co-piloto. El viaje en grúa se convirtió en una experiencia bella, inolvidable, gracias a mis maestros.

Cuando llegamos a Mirolindo, a la entrada de Ibagué, yo estaba rendido. Paula había visto por la aplicación de iOverlander que había un taller donde sabían de Volkswagen y de Combis que podrían ayudarnos a reparar el carro. Era viernes santo y difícilmente estaría abierto. Yo me acosté a dormir a las 6 de la mañana y Paula sacó fuerzas de su ímpetu y esperanza de su corazón para buscar al mecánico que nos rescataría de este viacrucis. Se fue a buscar un taxi. Y no sólo encontró un taxi, sino un taxista que subiera a Paz, Teo… y Turrón. Al llegar al taller lo encontraron cerrado. Fue al taller vecino y le dijeron que acababan de ver al mecánico, que coincidencialmente había pasado por allí hacía unos minutos. Lo encontró y le contó nuestros problemas. Se regresaron, en el mismo Taxi, los cuatro más Frank, nuestro ángel vestido de overol que estaba de cumpleaños y nos brindó su ayuda y amabilidad ese histórico viernes santo 14 de abril.

Al despertar vi una escena del macondo tolimense: se bajaban de un taxi pequeño y destartalado, mi esposa, mis dos hijos, Turrón y Frank. Frank revisó el motor con mucha generosidad, buen humor y conocimiento de Volkswagen y de Combis (vans o camionetas como la de los hippies). Nos dio más seguridad cuando nos dijo que conocía a Rafael y había trabajado con él años atrás. Revisó el distribuidor y empezó a moverlo, diciendo: “Acá hay algo extraño”. Nosotros le dijimos que Rafael nos había pedido el favor – casi prohibición – que nadie moviera el distribuidor y los tiempos del arranque. Frank lo hizo con seguridad y empezó a probar los cables de alta tensión y las “chupitas” que van del distribuidor a las bujías (hemos aprendido algo de mecánica, por lo menos los nombres técnicos, como “chupitas”). Siguió probando y ajustando el distribuidor con el conocimiento y seguridad de los expertos y los ángeles. Milagrosamente, “Dharma” encendió bien. Para nosotros, resucitó.

Celebrando con Frank su cumpleaños y la reparación de “Dharma”

Yo no podía entender dos cosas: Primero, que el carro funcionará más de 100 kilómetros con las “chupitas” mal puestas y, segundo, que en Bogota, nuestros gurús no hubiesen visto algo tan simple. “Hasta a los panaderos se les quema el pan”, dijo Frank comprensivamente. Yo le respondí: “Desde que no se les queme el horno”, haciendo alusión al motor. Frank soltó la carcajada y yo mi preocupación. Nos dimos cuenta que siguen existiendo seres amables y bondadosos, y mecánicos calificados que saben de Westfalias fuera de Bogotá. Frank había resuelto en 15 minutos el “chistecito mecánico” que nos había hecho desconfiar de nuestro “Dharma”, de FamiloAmérica y de nuestro sueño.

El taller VW en Ibagué

Salimos todos al “Taller de Enoj” donde trabaja Frank, escuchando y sintiendo el carro muy bien. Frank terminó de ajustar los tiempos y las bujías mientras le escribimos con Paz unas palabras de agradecimiento por el arreglo y de felicitación por su cumpleaños en una de las postales que llevamos de FamiloAmérica para regalar en el viaje a las personas que se vuelven cercanas, como Frank. Nos tomamos unas fotos para el recuerdo, le cantamos el “feliz cumpleaños” y disfrutamos de unos últimos momentos de camaradería sentados en el andén como si fuéramos viejos amigos. Frank nos dio luz verde para continuar hacia Cartago, enfrentar la subida a La Línea y nos regresó la esperanza de continuar nuestra “expedición A.L. interior” (no por casualidad también es sensei de Taekwondo).

Paula, sus modernas aplicaciones tecnológicas en el celular  y su verraquera nos habían sacado adelante de este difícil episodio en Ibagué. Sólo nos faltaba subir la Línea. Al llegar a Cajamarca, el último pueblo antes de la pendiente, decidimos esperar un rato para que se enfriara el motor y evitar un posible recalentamiento. Seguía siendo viernes santo y no habían muchas tiendas o restaurantes abiertos para almorzar; mucho menos, para esta rara especie que somos los vegetarianos. El desayuno, para alegría de los niños, fue un desayuno “chatarra”: cereal con yogur, avena y galletas de paquete. Hicimos el procedimiento habitual para descansar un rato y “matar el tiempo: subimos nuestra carpa. Cuando habíamos terminado de armar el rompecabezas de cohete de Teo y empezábamos a reparar algunas fichas de ajedrez para jugar con Paz, Paula dijo: “Cami, soltaron los camiones y nos están adelantando”. Efectivamente pasaron varios carros de carga pesada que podrían dificultar nuestra subida a la Linea. Entonces, bajamos nuestra casa, nos alistamos rápidamente (lo que se puede con dos niños) y salimos contentos y expectantes a afrontar nuestro mayor reto en las carreteras de Colombia.

Despacio, muy despacio, algo temerosos y sin prisa empezamos a subir los 21 kilómetros de carretera curva y empinada hasta el Alto de la Línea. Entre primera y, máximo, segunda velocidad fuimos avanzando detrás de los camiones y vehículos de carga pesada, esperando que el fatídico bombillo rojo de la temperatura no se encendiera. Esta era la gran prueba vial y de “Dharma”para decidir si FamiloAmérica era una pesadilla o un sueño hecho realidad.

Estamos aprendiendo que el gran truco de la vía y de la Vida es ir sin prisa, tranquilos, atentos y disfrutando de todo lo que sucede en el camino. Habían bastantes camiones lentos y nosotros nos uníamos a esa larga lista de carros que cualquier conductor preferiría no tener adelante. Yo escuchaba el motor e imploraba en silencio “por favor Dharma, por favor, sube, sube, no te vares ahora”. Y cuando sentía que el motor estaba haciendo un gran esfuerzo o que yo estaba sufriendo de más, respiré. Respiré para regresar a mí, respiré por “Dharma” y por todo lo que implica este viaje para nosotros como familia. Respiré para que nos nos recalentáramos: “Dharma” con el motor y yo con mis inútiles pensamientos y preocupaciones. Respiré para soltar, sentir, sonreír y disfrutar de este maravilloso momento de la vida, en familia. Y respiré cuando llegamos al punto más alto de la Línea, nos miramos con Paula, celebramos con los niños, agradecimos a “Dharma” y dijimos con mayor – nunca total – seguridad: “Familoamérica empezó”.

Coronando la Linea

Fue un momento mágico, entre la neblina propia del lugar que se fue desvaneciendo como nuestros grandes temores mientras bajábamos en una fiesta familiar. El descenso fue de alegría y celebración. Logramos superar las primeras grandes dificultades, subidas y retos del viaje; tuvimos que apretar los dientes, confiar en nosotros y rezar a lo trascendente, pelear y reconciliarnos, tomar decisiones y asumirlas, sufrir y disfrutar… vivir. Vivir FamiloAmérica, una idea que surgió hace 5 meses para vivir diferente, en familia,  y que ahora es nuestra realidad. No es igual, pero tampoco es diferente que en Bogotá. Seguimos encontrando el barro y el loto en nosotros mismos, en los sitios que visitamos y las situaciones que vivimos. El camino, el aprendizaje y la aventura apenas comienzan. Como dice el viejo Mick y su banda: “But if you try sometime, you find you get what you need”.

(Para las personas que no leen inglés, disculpen las frases originales en este idioma pero recuerden que “si lo intentas, a veces, encuentras lo que necesitas”).

Turrón también es parte de la celebración

 

SALIDA DE BOGOTA

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“FAMILOAMÉRICA” INICIA SU AVENTURA

Luego de tres meses de preparaciones y reparaciones, de vararnos y desvararnos varias veces, de comprar repuestos, herramientas y muchas otras cosas de las que no sabíamos nada (aún no sabemos mucho) y de emotivas despedidas, salimos a nuestra aventura familiar el 1 de abril de 2017.

GRACIAS A TODOS, A NUESTRA FAMILIA Y MARAVILLOSOS AMIGOS en Bogotá que nos acompañaron a la despedida en el Parque El Virrey y al inicio de esta aventura llamada “FamiloAmérica” (y a todos los que siempre nos acompañan en la distancia o el silencio). Gracias especiales a Alejandro Gutierrez y a los mecánicos que nos ayudaron a poner a “Dharma” en su punto, a la Sangha de Bogotá que nos llena de fuerza y buena energía cada semana, al Colegio Campoalegre y al jardín El Arca de Noé, a nuestras adoradas familias y a los amigos que siempre nos acompañan por el camino de la Vida.

Estamos felices, con emociones encontradas, incertidumbre, expectativas y recargados con su bonita energía, palabras, mensajes, regalos y buena onda que nos llenaron el tanque del espíritu para emprender este maravilloso viaje. Los llevamos a todos en nuestros corazones y estamos totalmente agradecidos con ustedes y con la Vida por apoyarnos y ayudarnos para hacer este sueño realidad… que también es de ustedes.

 

DIARIO DE EVA

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En los últimos años de colegio encontré en la biblioteca de mi casa un brillante relato de Mark Twain que cuenta la aparición de Eva en la vida de Adán. Fue durante varios años mi libro de cabecera y, recientemente, en un ir y venir de reflexiones sobre la vida y el amor, me ha inspirado para hacer este relato de viaje una construcción de historias paralelas, desde puntos de vista distintos: un diario de 4.

Por suerte… siempre somos y seguiremos siendo distintos, y cómo a Adan y a Eva, el Creador nos embarcó en esta aventura por el Jardín del Edén en la cual vamos con Caín y Abel en una Westfalia del 81 buscando un poco de sentido (o locura?) por las tierras de America Latina.

El día en que Camilo y yo decidimos compartir la vida juntos, estábamos en un chalet bajo una noche estrellada en un lugar remoto en las montañas Suizas. Yo acababa de regresar de mi primera inmersión en un monasterio Zen y estaba perdidamente enamorada, pero sentía un llamado interno de soltar por un tiempo la vida moderna, cotidiana, y vivir una experiencia como nómada, más cercano a lo que podría llegar a ser un asceta. En ese entonces era profesora de Yoga y tenía un proyecto de montar un restaurante vegetariano en Bogotá. Me seducía (y me seduce aún) la idea de una vida sencilla, con poco equipaje y pocas pertenencias.

Así que con un poco de temor y sinceridad le dije esa noche a Camilo que algún día me iba a aburrir de nuestra vida e iba a querer dejarlo todo y cambiar radicalmente. Su respuesta fue hermosa y reveladora: “prométeme que nunca vas a aburrirte de mi y de nosotros, y yo te prometo a ti que lo dejaremos todo cuando y cuantas veces sea necesario”. Esa fue nuestra declaración de amor. Esos fueron nuestros votos.

Este viaje, romántico y especial, responde principalmente a una crisis profunda que hemos vivido en los últimos años. Con nosotros mismos, como pareja y con la vida que llevamos. Tenemos todo lo necesario para ser felices, y lo sabemos (nuestro maestro nos lo recuerda todo el tiempo)… pero la verdad es que por algún motivo la rutina y la mecánica nos está matando. Nos está acabando. Y mal que bien, con los años y un poco de meditación he aprendido a conocer y reconocer ese sentimiento que busca adrenalina… la ansiedad de sentirme viva.

Quiero descubrir quién soy cuando no hago lo que hago, cuando no tengo lo que tengo. Estar todo el día con mis hijos. Quiero levantarme sin tener un plan del día, un plan de vida. Sorprenderme con lo que se atraviese en el camino. Soltar. Respirar. Caminar sin prisa. Andar sin tener que llegar a algún lugar. Dormir en cualquier parte. Descubrir qué puedo hacer y qué puedo ofrecer. Ser más creativa. Leer más, escribir, tocar guitarra. Perderme. Encontrarme. Llorar a cántaros y reírme a carcajadas. Salir, soltar, saltar al vacío y vivir un pedacito de mundo diferente.

Time has come. Welcome to our journey. It wont be easy… it will be real.

* Ilustración extraída del libro Diarios de Adán y Eva. Editorial Impedimenta. Ilustradora Sara Morante.

 

 

 

Mis sueños y mis miedos.

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Salir. Salir del lugar seguro para encontrarme con lo desconocido, con lo mejor y lo peor de mi, de mi familia, del mundo, tomando el riesgo de encontrarse con desafíos, dificultades, incomodidades que me permitan descubrir otras bellezas, alegrías y divinidades diferentes a las ya conocidas.

¿Para qué embarcarse en una aventura, en una camioneta Volkswagen  modelo 81, y recorrer Latinoamérica con mi esposa y mis dos hijos?, ¿para qué salir de un apartamento y una ciudad donde tenemos nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra comodidad, nuestros amigos, nuestras vidas?,  ¿por qué arriesgarse a sufrir un accidente, un robo, dificultades y problemas?, ¿por qué no quedarse acá, si lo tenemos todo?

Para vivir. Para seguir viviendo y conociendo más del Mundo, de mi mismo, de mi esposa y mis hijos, de la Vida y de otras personas. Para salir de la rutina que por momentos nos seduce con el slogan del “lugar seguro”, de “acá estamos bien”, o “por qué dejar lo que con tanto esfuerzo se ha conseguido”.

¿Miedos? Claro que tengo miedos. ¿Dificultades? Claro que tengo dificultades en este lugar seguro. ¿Huir? Quizás estoy huyendo. Huyendo de mis miedos y dificultades en Bogotá, de la rutina, del sentimiento de apachurramiento, de la sórdida cotidianidad que me convierte en un trabajador, un padre, un esposo, un hijo, un amigo, un hermano que no quiero ser. Si, estoy huyendo de mis miedos y mis dificultades… para encontrarlas en otro lugar, con otras caras y otras formas y volverlas a enfrentar cara a cara. Tengo la esperanza de trasladar el lugar de mis disputas con mis demonios y sufrimientos a otra arena, a otro lugar, donde quizás pueda aceptar, abrazar y transformar algunas  y estar vencido, sucumbido y enfrentado en una batalla de espíritu con otras a las que no he podido amar.

Tengo dificultades y sufro a diario. Tengo una familia maravillosa, una esposa y dos hijos que amo con todo mi corazón. Siento que la rutina se apodera de mi, que la chispa de vida se funda entre la rutina y que me estoy volviendo poco a poco como los hombres de gris de Momo. Siento que esta vida nos está matando la ternura, la ilusión, la solidaridad porque los tiempos imponen ritmos  y competencia desenfrenada, metas inalcanzables, escondites tramposos.

Sé que este viaje no traerá solución inmediata pero me permitirá buscar en otros lugares posibles respuestas para aceptar lo que soy. Quizás no cambie la situación, quizás cambie yo y me convierta en una persona más compasiva, alegre y amorosa. No lo se, aún tengo miedo, decepción y frustración… aun tengo esperanza, fé y fuerza… aún tengo ganas de salir a buscar y no perder lo que he encontrado… quiero arriesgarme a enfrentar mis demonios y sufrimientos junto a los de mi familia, en una VW para tener otra oportunidad de abrazarlos, aceptarlos y transformarlos… aún cuando me vuelvan a vencer.

Yo soi paz

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Yo soi Paz. Soi ermana de mi ermano es mui divertido y yo y Teo peliamos abeces. Y soy ija de un papa loco y una mama tierna. Me gustan los pajaros y irme de biaje ♡. 2017. Tabien cantar, nadar, montar a cabayo. Tengo un perro.