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¿To be or not Turrón?

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En mi casa nunca tuvimos perro. Ni gatos, ni tortugas, ni conejos, ni pajaritos, ni loros, ni ningún otro animal como mascota. Por lo tanto, yo no crecí siendo una persona cercana, amigable o conocedora de perros. Era de los que apenas les tocan la espalda con timidez para saludarlos. Cuando conocí el amor humano con Paula en 2008 empecé a recorrer un proceso de amor canino con Turrón, en una larga historia que inicio desde la otra orilla y que ahora quiero compartir en esta crónica de FamiloAmérica.

Turrón es un pastor alemán, pura raza, que siempre que llegaba a visitar a Paula, a la casa de Eliana – su mamá – me recibía con poderosos e intimidantes ladridos una cuadra antes de tocar el timbre. Al abrir la puerta se me acercaba y no paraba de ladrar mientras yo me quedaba absolutamente quieto, con mi cuerpo inmóvil y mi mente intranquila que decía: “maldito perro”. En casa de Paula sólo se atinaban a decir desde la distancia: “Tranquilo Turrón, ya no más”, mientras a mí se me rompían los oídos y los nervios. Creo que comparto esta experiencia con todos los amigos, familiares, visitantes o mensajeros hombres, que visitan la casa Feged y han tenido que pasar por lo mismo. Finalmente, el perro “me dejaba pasar” y yo podía ir a donde mi novia para darle el beso que tanto quería  y que me ayudaba a pasar el mal momento.

En ese momento, no entendía nada de perros. Pero a Turrón, no sólo no lo entendía sino que me daba miedo y fastidio. La sonrisa y la alegría que tenía de visitar a Paula, desaparecía unos metros antes de verla, cuando Turrón me recordaba de su presencia. Empecé a llamarlo “Ton-Turrón” y mi pelea estaba cazada con este “perro del demonio”, teniendo yo todas las de perder. Además, para esa época, en casa de Eliana, también estaba Elías, otro pastor alemán mucho más viejo y educado que Turrón, hacia quien yo sentía indiferencia absoluta. Por lo menos, me alegraba que no fueran dos Turrones.

Durante nuestro periodo de novios con Paula – que se fundió con la de ser padres y esposos luego y espero que nunca termine – ella tenía un carro Sprint modelo 89, blanco, pequeño, en el que íbamos a pasear los fines de semana fuera de Bogotá para escapar de la gran ciudad y, luego de algunos meses, me lo prestaba para ir a jugar futbol al colegio San Carlos. Siempre que el plan se prestaba para llevar a los perros, Paula los subía al carro (ocupando toda la mitad trasera) y nuestro paseo de novios se convertía en una salida de cuatro. En este momento, se viene a mi cabeza, una inolvidable “noche romántica” en Villa de Leyva junto – muy junto – a Turrón y Elías en el Sprint blanco porque no encontramos ningún hotel, hostal o lugar habitable donde se pemitiera la entrada a los perros.

Con el paso del tiempo, Turrón ya no me intimidaba y se hizo habitual la salida de novios de a cuatro.  Mi única habilidad con los perros era lanzarles un palo lo más lejos posible, para que Turrón o Elias salieran a correr por las colinas, los bosques y los prados de la sabana de Bogotá, el Neusa o Guatavita y lo trajeran de vuelta con una mirada de satisfacción y camaradería que nunca antes había sentido y que me decía “otra vez”. Aunque nunca entregaran el palo de vuelta y tuviera que aprender técnicas para quitarles el palo de sus fauces, algo impensable meses atrás, yo empezaba a disfrutar de la presencia de los perros. Mi exiguo conocimiento de perros fue creciendo junto al sentimiento de camaradería y amistad que empezaba a sentir por esos animales, aunque aún no dejara de sentir el fastidio que sentía cuando me saludaban a punta de furibundos ladridos.

A los pocos meses, una mañana cualquiera, Elías amaneció muerto y compartí con los Feged Rivadeneira algo que no había vivido antes: su profundo sentimiento de tristeza, nostalgia y gratitud hacia un perro que los había acompañado 12 años en sus vidas y que en ese momento llevaban juntos, tieso, a algún lugar de la montaña para enterrarlo y darle su último adiós. Parecía que Turrón se quedaba sólo, sin su amigo y compinche canino. Pero no fue así. Todo lo contario. Con el nacimiento de Paz y luego de Teo, Turrón encontró “un parche” que le encantaba sacarlo a pasear, jugarle, lanzarle el palo y consentirlo. Para nuestros hijos siempre ha habido un perro en casa, un pastor alemán tierno y protector, que los ha cuidado con el cariño y la suavidad que yo no había visto. Gracias a Turrón, hemos sabido lo maravilloso que es tener un perro en casa y de viajar por el mundo con un ejemplar como el nuestro.

Cada vez que yo salía al parque, iba a jugar futbol los domingos o alistábamos el carro para salir de Bogotá, Turrón era un invitado especial que siempre tenía espacio en nuestro baúl. Durante los trayectos al colegio San Carlos, yo le hablaba del partido, del trancón o de la vida, le compartía mis sentimientos más profundos o lo regañaba cuando ladraba porque alguien se acercaba al carro. El siempre me escucha y nunca me interrumpe, cualidad de pocos seres que aprecio y agradezco infinitamente. Con el paso del tiempo, yo también aprendí a escucharlo y a comprender mejor sus furiosos ladridos, su mirada y su batido de cola. Turrón se convirtió en mi amigo, en el perro que quiero ahora y nunca quise tener antes, al punto de fundirse con mi sombra siempre que estamos juntos. Es una compañía querida y agradable que guarda muchos secretos, recuerdos y momentos compartidos en un perro malcriado que ahora es mi gran amigo.

En el momento que decidimos realizar el viaje a FamiloAmérica con Paula, teníamos muchas dudas e incertidumbres pero ninguna más grande que la siguiente: “¿Vamos a llevarnos a Turrón” (o en una frase más poética: “¿To be or not Turrón?”). La respuesta de Paz y Teo era clara, firme y contundente: “Si; por favor, por favor, por favor, llevémoslo”. La respuesta del resto del mundo, a excepción de un par de amigos, fue igual de clara: “Pués claro que no se lo van a llevar, ¿están locos?”.  Y como en otra reciente ocasión de la vida política nacional, hasta se creo un poderoso grupo de opinión en las redes sociales por el “no”.  Nuestra respuesta no era clara y teníamos muchas dudas porque habían tantas razones lógicas para no llevar al perro a nuestra aventura familiar como emocionales para llevarlo. Luego de pensarlo y hablarlo varias veces con Paula, decidimos llevarlo, generar polémica, probar cómo nos iba en estas primeras semanas en Colombia (antes del matrimonio de Tati, la hermana de Paula, que se casaría a principios de junio en Bogotá) y vivir la experiencia completa para luego sacar nuestras propias conclusiones.

Después de los dos meses de gira por Colombia (eje cafetero, Chocó y Antioquia) y en vísperas a nuestra salida al sur sur, hoy 27 de junio, aún tengo sentimientos encontrados ante la misma pregunta. En nuestra experiencia juntos, los cinco, por Colombia, pude presenciar como Turrón se convertía nuevamente en un pastor alemán de verdad para atravesar trochas y ríos y vi como se paseó felizmente por las plazas de los pueblos que visitamos sin correa, sin pelear con ningún otro perro, recibiendo tranquilamente las caricias de los niños y los elogios de los grandes que decían “este sí es un verdadero pastor alemán”. Yo recibo en silencio, con orgullo y alegría los elogios a Turrón como si fuera mi perro. Todos los cuatro contestamos cuando nos preguntan: “Si, este es nuestro perro”.

Turrón ha vivido diferentes experiencias con nosotros. Algunas divertidas y emocionantes como viajar en lancha, en Tuc-Tuc (moto-carro) y hasta en avioneta. Otras aburridas como esperar encerrado mientras visitamos algún sitio de interés que no permite la entrada de perros. Otras extremas, como ser vegetariano en una familia como la nuestra. Siempre dormí tranquilo en nuestro “Dharma” gracias a Turrón. Algunas noches, Turrón cuidó de los niños mientras ellos dormían apaciblemente en “Dharma” y nosotros aprovechábamos para tomarnos algo en cualquier restaurante y cumplir esa salida romántica, solitos los dos, que nos debíamos de tiempo atrás y que durante FamiloAmérica agradecemos el doble. Y por último, como película de cine, tuvimos la alegría y la gran oportunidad de ver cómo Turrón, a sus 10 años y en el último tramo de su vida, conoció el mar.

También hemos vivido momentos de tristeza y de peligro. En la Reserva Natural de Río Claro (Antioquia), Turrón se metió al hermoso río de color verde turquesa para refrescarse del intenso calor de esta región. Al otro lado del río había una cascada de agua a la que se podía llegar cogido de una cuerda que evita que las personas sean arrastradas por la corriente. En nuestro espíritu aventurero decidimos pasar hasta el otro lado y afrontar un nuevo reto familiar. (Para tranquilidad de los lectores, había un socorrista que nos autorizó pasar con los niños y siempre estuvo a nuestro lado). Paz se agarró de la cuerda y con seguridad, junto a Paula – esa mamá que siempre apoya y anima a sus hijos a afrontar y superar los retos de la vida -, pasaron lentamente hasta llegar a la cascada como unas hermosas guerreras. Se sentaron en una roca, junto a la cascada, para esperar a los hombres de la familia. Teo se tomó de la cuerda con sus dos manos, entre el socorrista y su papá, y empezó a cruzar lentamente y seguro hacia el otro lado. La corriente era fuerte y mi tensión grande pero Teo lo hacía muy bien y se trasladaba con lentitud y seguridad hacia el otro lado.

Cuando íbamos por la mitad del camino y yo tenía puesta toda mi atención en Teo, Turrón entendió que él también era un hombre de la familia y decidió lanzarse al agua para cruzar con nosotros. Yo no sabía qué hacer porque no quería dejar solo a Teo pero tampoco quería que Turrón fuera arrastrado por la corriente. Del otro lado, Paula y Paz gritaban angustiadas para que estuviéramos atentos de Turrón y a Turrón para que se regresara. Teo continuó concentrado en su tarea y Turrón se acercaba rápidamente a nosotros. De repente, vi que Turrón se alejaba y era arrastrado por la corriente, río abajo. Por un momento, pensé en soltarme de la cuerda e ir ayudar a Turrón pero no quise dejar a Teo solo, aunque estuviera junto al socorrista que se mantenía tranquilo. Turrón se alejaba cada vez más y yo trataba de mantener la calma para que los niños no se alarmaran. Cuando giré mi cabeza, vi que Paz estaba llorando y lanzó un grito hollywoodense: “Noooooo. Turron”. Yo no podía hacer nada e imaginé lo peor: Turrón había sido llevado por la corriente y no lo volveríamos a ver nunca más. Tragedia.

Teo logró pasar al otro lado en un gesto heróico que perdió trascendencia ante la dramática situación. Yo estaba intranquilo, aún en la corriente, mirando hacia atrás continuamente para saber qué pasaría con Turrón. Me alivió y alegró el hecho de ver llegar a Teo, al mismo tiempo que me entristeció profundamente ver la cara de dolor de Paz por nuestro perro. Turrón nadaba contra la corriente que lo arrastró muchos metros más abajo. Con contundencia y tranquilidad, Turrón encontró un lugar donde la corriente era menos fuerte y logró atravesar el río de regreso, mientras nosotros cuatro le “hacíamos barra” desde la otra orilla. Frente a nuestros ojos de alegría vimos como Turrón con su nadadito de perro llego sano y salvo a la playa del frente. Nosotros celebramos en familia y Teo paso a un segundo plano porque el héroe de esta jornada era Turrón. Paz se secó las lágrimas de sus ojos y se apareció en su rostro una sonrisa gigante. Teo no paraba de gritar “Turrón” y todos celebramos el tener a Turrón a nuestro lado (al otro lado). Por un momento pensé que Turrón haría el “gran viaje sin retorno” y gracias a este momento me di cuenta de lo mucho que quiero a “Tonturrón”.

Evidentemente Turrón es un perro cada vez más viejo (10 años) que está disfrutando del viaje como un “verdadero pastor alemán faldero”. Siempre que hablamos con Paula de Turrón nos decimos que nos gustaría saber qué siente, piensa y quiere sobre FamiloAmérica, nosotros y la vida. A mi me gusta pensar que Turrón ha disfrutando como nunca este viaje, las aventuras vivida, las maravillas del paisaje natural colombiano y el cariño que le hemos dado en nuestra familia. Pienso que Turrón está viejo para este viaje y que se hubiera disfrutado FamiloAmérica mucho más hace cinco años. Se que el viaje con Turrón es más pesado y difícil, y sin él se disminuye nuestra carga. Quiero que siga compartiendo con nosotros pero no estoy seguro si yo tenga las fuerzas y la determinación para llevarlo. Pienso y siento muchas cosas encontradas, diversas, opuestas. Me gustaría saber que siente él para tomar una mejor decisión frente a la pregunta que nuevamente ronda nuestro pronta y final partida hacia el sur del continente: “¿To be or no Turrón?”.

De lo único que estoy seguro sobre Turrón es que fue un gran acierto haberlo traído a FamiloAmérica o, por lo menos, a este primera etapa en Colombia. Se que por esta aventurada decisión de incluir a Turrón en nuestro viaje familiar, él tendrá muchas cosas más que contarle a Elías cuando se reencuentre con su viejo amigo. Y siento que tengo mucho por agradecerle a este “maldito perro” por convertirse en mi fiel amigo, por haberme ayudado a transformar mis sentimientos y entender eso de “todo es impermanente”, por enseñarme a querer a los perros y por permitirme sentir que tuve un perro en algún punto de mi vida. Mirando hacia el pasado o hacia el futuro, sin las respuesta clara ante la gran pregunta, veo a Turrón a sus ojos tiernos y furiosos y aprovecho este escrito para honrarle un pequeño tributo y decirle: “Buen viento, buen río y buena mar, querido amigo”.

 

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5 comments

Juan camilo reyes - June 27, 2017 Reply

Que lindo homenaje que le haces a Turron.

Yolanda - June 28, 2017 Reply

Muy lindo, súper que turrón haya disfrutado este viaje

Mafe Morales V - June 29, 2017 Reply

Gracias por este relato. Lo disfruté muchísimo. Que hayan más y felices aventuras

Ana Diaz - July 29, 2017 Reply

Yo también he tenido un amigo canino y este relato me recordó el especial amor y amistad que se tiene con un ser no-humano. Estoy segura de que su corazón ha rejuvenecido y que la aventura lo ha hecho un pastor alemán “con cancha”. Muchos abrazos mi Cami

Luisa Fernanda - September 7, 2017 Reply

Apenas los conocí y voy leyendo las crónicas en orden, todas me han encantado, pero esta me llegó directo al corazón. Mi historia con mi perra Caramela es muy parecida a la de Camilo con Turrón… Aún no se si sí llevaron o no a Turrón pero que lindo es haberlo visto por lo menos hasta esta parte del viaje.

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