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HAY TIEMPO PARA VER EL ARCO IRIS

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Plaza central de Filandia, Quindío.

Al momento de escribir este relato (3 de mayo), completamos un mes desde la despedida oficial en el parque “El Virrey” y tres semanas desde la verdadera salida de Bogotá, ese inolvidable jueves santo. En este periodo hemos tenido la bella oportunidad de viajar por la zona cafetera en Colombia, teniendo como sede la casa de Ema, la abuela materna de Paula, en Cartago. Estamos aprendiendo a viajar y a “cojerle el tirito” a la vida en familia, juntos 24/7 en nuestro carro – casa. Hemos visto lugares maravillosos, hemos conocido personas divinas, nos hemos sorprendido con Colombia. Hemos tenido dificultades y alegrías, vivido momentos duros y hermosos. Hemos reído y hemos llorado en diferentes momentos y hasta en los mismos. Y en medio de estos días de sol y de lluvia, estoy aprendiendo a ver el arco iris en todo momento, aunque las condiciones de sol, lluvia y la posición adecuada parecieran no estar presentes. Quiero compartir con ustedes en este relato, mi “expedición A.L. interior” haciendo un recuento por los lugares que visitamos del eje cafetero y, luego, realizar un recorrido interno por mis reflexiones y aprendizajes que he tenido en este primera etapa de FamiloAmerica como papá.

El eje cafetero es una región encantadora para cualquier visitante, nacional o extranjero, por sus pueblos pintorescos, sus paisajes apacibles, su ambiente tranquilo y su gente cariñosa. Tuvimos la fortuna de pasar por varios pueblos y ciudades de 5 departamentos unidos por la cultura cafetera: Cartago (norte de Valle), los alrededores de Pereira (Risaralda), Salento (Quindío), el Valle del Cocora (Quindío), Filandia (Quindío), Santa Rosa de Cabal (Risaralda), Manizales (Caldas) y Jardín (Antioquia).

En el Valle del Cocora, Quindío

Este recorrido inició en el Valle del Cocora, con sus majestuosas y altísimas palmeras de cera que alcanzan los 60 metros de longitud, las más altas del mundo. El plan principal para nosotros fue montar a caballo a Paz y a Teo y caminar con Paula casi 4 horas, ida y regreso, hasta la Reserva Natural de Acaime para ver los colibríes. Paz y Teo demostraron sus habilidades para el manejo de los caballos, resultado de las amorosas enseñanzas de la abuelita Patty y el paisita en la finca de Pacho. Los jinetes montaron a “Chavela” y “Simón” en un camino de herradura  en el que tuvimos que subir empinadas, atravesar ríos, bajar por la trocha y disfrutar del paisaje, el bosque y los pájaros típicos de esta región. Turrón, nuestro querido pastor alemán, dejo de ser un perro de ciudad y volvió a ser perro atravesando (sin zapatos!) todos los obstáculos de este maravilloso recorrido. Los burros de los papás (yo, por delante, y Paula) caminamos las cuatro horas con la compañía de nuestro querido guía José. Al subir, vimos los colibríes tan rápido como mueven sus alas, nos tomamos una aguapanela con queso y bajamos a toda velocidad para que no se pasara la hora del alquiler de caballos. En este caso, como en la mayoría de los viajes, lo mejor del día fue hacer el recorrido y vivir la aventura, y no solo llegar al destino.

Plaza central de Filandia, Quindío.

Del Valle del Cocorá nos fuimos con rumbo a Filandia, famoso pueblo del Quindío que muchas personas (con razón) nos habían recomendado visitar. Nos recibió un pueblo muy bonito con casas de fachadas hermosas, con sus paredes, puertas, balcones y marcos de las ventanas pintadas de colores vivos y variados. Y no sólo las casas cerca a la plaza central para que los turistas lo veamos bonitas. Todas las casas, calles y tiendas de Filandia están bien mantenidos, un reflejo claro del buen espíritu de su gente y un ejemplo del amor propio y de cuidado colectivo de esta región. A Filandia no le queda pequeño ese título que leímos en una pared que dice “el pueblo más bonito de Quindío”. Paz y Paula tomaron una clase artesanal para aprender a construir atrapasueños, mientras que yo y Teo caminamos el pueblo hasta llegar al mirador. Pero lo mejor de Filandia, fue la deliciosa tarde de juegos y deporte que pasamos en la plaza central con los niños y jóvenes de este pueblo. Por suerte y coincidencia, llegamos un miércoles, día que cierran las calles de la plaza central para que los niños se reúnan y jueguen futbol, volleyball, pingpong, ajedrez, rana y muchos otros juegos al frente de la iglesia principal. Mientras jugábamos felices en esta tarde soleada, empezó a lloviznar. Nadie dejo de jugar, nadie encontró la lluvia como una intrusa sino que todos la recibimos como una refrescante mojadita como cuando nos mojábamos jugando futbol siendo niños. En medio del sol que volvió a salir y la refrescante lluvia, entre las verdes montañas y el cielo, apareció el arco iris, intenso, colorido, vivo, impactante. Uno de los arco iris más lindos que haya visto en mi vida y que me recordó que la Vida es sol y lluvia… al mismo tiempo.

Teo en Panaca

De regreso hacia Cartago, entre Quimbaya y Alcalá (Quindío), pasamos por el parque temático Panaca, una granja ecológica agropecuaria para aprender sobre los animales de nuestro campo: perros, gatos, gallinas, vacas, toros, caballos, marranos, cabras y hasta gusanos de seda son algunos de los cientos de animales con los que Paz y Teo pudieron interactuar y aprender. Junto el bioparque (zoológico)de Ukumarí a las afueras Pereira que también visitamos, Panaca es una muestra de la capacidad colombiana por tener un lugar turístico autóctono, bien pensado y ejecutado, donde los animales y los visitantes son tratados respetuosamente y con las instalaciones adecuadas para enseñar la importancia de proteger y cuidar a nuestros hermanos animales (a pesar de estar en cautiverio).

Lluvia y tristeza en Panaca.

La emoción de la llegada al Panaca duró poco. Después de recorrer una hora el parque, empezó a llover muy fuerte y Panaca se parecía cada vez más al Arca de Noé. Nosotros tuvimos la misma fe y perseverancia de nuestro amigo Noé y decidimos mojarnos con alegría para seguir disfrutando de los espectáculos y el parque. El entusiasmo duró poco porque cancelaron los espectáculos y cada vez llovía más fuerte, aguando la fiesta que empezábamos a disfrutar. Con agua por todos lados y gotas en los ojos de Paz tuvimos que regresarnos a Cartago y aplazar nuestra visita a Panaca para otro día.

Con Ema, Callita y Mauricio en Cartago.

En Cartago, estuvimos con Ema (la abuela de Paula), Moris y Callita (sus tíos), disfrutando de la compañía, el cariño y el consentimiento de la familia que todos recibimos con agradecimiento. Como ellos, sentimos que muchos nos acompañan y nos apoyan desde la distancia en nuestros días de lluvia y sol por FamiloAmérica. En esta calurosa ciudad del norte del Valle, aprovechamos para instalar la manija de la puerta corrediza de “Dharma” y para ver el clásico del futbol mundial Real Madrid vs. Barcelona que finalmente ganó el equipo culé con dos golazos de Messi en uno de los mejores clásicos que haya visto. (Lo registro en este escrito porque fue un partido intenso, con buen futbol donde se podía definir la Liga, con gol de James y un final de película en el minuto 92… y porque puede ser la última y única alegría de esta temporada para los culés, hasta ahora muy blanca). Para despedirnos de Cartago y agradecer las atenciones recibidas, fuimos a comer una pizza en familia con los tíos y la bisabuela, recargando el tanque de buena energía y apoyo que tanto necesitamos.

Termales de Santa Rosa de Cabal, Risaralda.

De Cartago salimos hacia Manizales, sin saber que se nos cruzarían las deliciosas y relajantes termales de Santa Rosa de Cabal. Nos desviamos del camino planeado, como muchas veces hacemos en FamiloAmérica, atendiendo al llamado de la intuición y al consejo de otras personas. Esta vez, el llamado no falló y pudimos conocer y disfrutar de unas piscinas termales a cielo abierto, en medio de las montañas verdes y con una hermosa cascada de agua como trasfondo de otro lugar maravilloso y bien mantenido en Colombia. Estas termales ahora hacen parte de nuestra lista de lugares recomendados para los turistas extranjeros y nacionales. Si están cerca, desean relajarse, quieren disfrutar de los regalos de la naturaleza y nutrirse de las aguas calientes del fondo de la tierra… vayan a las termales de Santa Rosa de Cabal!

En la tienda de la esquina con don Hernando.

Luego del relajado baño y el descanso en las termales y del increíble atardecer con el que nos recibió las afueras de Manizales, la vida nos compensó con un poco de dificultad. “Dharma”, algo cansado de este trayecto, sufrió un poco con las empinadas calles de Manizales y nos quedamos colgados en una de estas empinadas típicas de la ciudad. Finalmente tuvimos que esperar a que “Dharma” se enfriara, se desocupara la calle y rodar cuesta abajo… en reversa. Logramos salir adelante (mejor, atrás). Llegamos a la casa de Aída y su hija Antonia (hermana y sobrina de nuestra querida amiga manizalita AnaCris), atendiendo a la generosa y oportuna invitación que nos hicieron a pasar la noche. Noche que se convirtió en dos para conocer algo de Manizales y retomar fuerzas, pegarnos una buena ducha y dormir en unas camas deliciosas bajo la hospitalidad y calidez propia de las Gonzalez. Fuimos a “El Recinto del Pensamiento”, parque que confirma una vez más que en Colombia podemos tener espacios naturales y lugares turísticos de calidad, respetuosos con la naturaleza y los visitantes. También visitamos a don Hernando, el divertido papá de las Gonzalez, con quien tuvimos una agradable charla en la tienda de la esquina y fuimos al barrio Chipre a ver el atardecer de esta ciudad que Pablo Neruda describió como “fábrica de atardeceres”. El sol decidió jugar con nosotros y ocultarse detrás de las nubes y nosotros, ante este cambio de paisaje e invitación, decidimos seguir el ejemplo y jugamos las escondidas en familia en el punto más alto de Manizales. (El atardecer de la fábrica lo habíamos presenciado el día anterior).

Panorámica de Jardín, Antioquia.

Salimos de Manizales con rumbo a Medellín y, muy al estilo de FamiloAmérica… llegamos a Jardín. Para nuestra defensa, también en el departamento de Antioquia. Este bonito pueblo de arrieros, campesinos y cafeteros es digno de su nombre y nos sorprendió con sus casas, portones, ventanas y balcones coloridos, su buen cuidado y su hermosa plaza central. Acá, jugamos felices con Paz y Teo, horas eternas, sin prisa, a lanzar al cielo los helicópteros chinos de $1000 pesos y a la nunca pasada de moda “lleva” (hasta que Paz “la llevó” en una estrepitosa caída que transformó inmediatamente su risa en llanto). Subimos a la montaña por “la garrucha” (sistema de transporte por cable aéreo) y bajamos por el camino de trocha para bañarnos en el río y lanzarle palos a Turrón. Una vez más, en el podio del placer era difícil decidir entre Paz, Teo y Turrón. Jardín nos enamoró y como novios universitarios, decidimos alargar un poco más nuestra relación porque no tenemos ningún afán. Nos quedamos una noche más para conocer el “gallito de roca” (espectacular pájaro de color rojo vivo del pecho hacia arriba, con una franja blanca y la otra negra, que canta tan hermoso como los marranos) y disfrutar de la calma y el tiempo propio de los pueblos. En Jardín tuvimos la suerte de conocer a una familia bogotana (Rene, Maria Luisa y la pequeña Flora de dos años) que nos abrió las puertas de su ducha y casa y nos atendió con la generosidad, cariño y amabilidad de un jardinero.

Al día siguiente y según los planes FamiloAmericanos, emprenderíamos el aplazado viaje hacia la capital de la montaña, Medellín. Así que nos alistamos, empacamos el carro, arreglamos la casa, madrugamos y seguimos nuestra ruta para llegar a… Quibdó en el Chocó (para nuestra defensa podemos decir que también es Colombia). Pero esta es otra historia que pronto compartiremos.

 

Siendo niños

Esta “expedición A.L. interior” empieza a mostrarme algunas cosas que no eran tan claras para mí en la rutina, calles y carreras de Bogotá. En esta ocasión quiero compartir sobre la paternidad y su relación con el tiempo que disponemos para ser papás. En estos apacibles y encantadores pueblos del eje cafetero me doy cuenta que hay un factor clave y fundamental para disfrutar la vida con los hijos (y con cualquier otra persona): el tiempo. Ese tiempo universal y aparentemente igual para todos los seres, que se compone de 60 segundos para completar un minuto y de 60 minutos para alcanzar una hora. Ese tiempo que se reduce tanto en la ciudad y en la agitada vida laboral de nuestros días, que nos obliga a trabajar al máximo o nos lleva a desconectarnos de nosotros mismos con todo tipo de entretenciones para “descansar”. Ese tiempo que prioriza la urgente por encima de lo importante, para cumplir con una serie de obligaciones laborales, económicas y hasta sociales que nos invitan plácidamente a no disfrutar del presente porque “no tenemos tiempo”. En esta carrera loca por cumplir las obligaciones (palabra fea esta) y correr de un lado para el otro, perdemos la capacidad de disfrutar y estar, primeramente, con nosotros mismos, de reconocer las maravillas de la Vida en el presente y, por lo tanto, la posibilidad de compartir a plenitud con nuestros seres queridos. Y esos tiempos apresurados y algo desnaturalizados son los tiempos a los que forzamos estar a nuestros niños para comer, vestirse, bañarse, amarrarse los zapatos, lavarse los dientes y cuando nos queda tiempo, jugar.

Echando helicóptero en la plaza de Jardín, Antioquia.

Creo que los niños tienen otros tiempos, sus propios tiempos para explorar, aprender, conocer y disfrutar. Otros tiempos que muchas veces no se ajustan a lo “importante” de los adultos, incapaces de esperar a que el niño o la niña coman, se vistan o jueguen con placidez. Y sin darnos cuenta la sociedad ha creado una tiranía de tiempo en la que estamos envueltos todos y sometemos a nuestros niños. Disculpen la generalización. Hablo a mi nombre. Siento que cuando me permito vivir el momento presente, no estoy apurando a mis hijos y me adapto a sus tiempos, disfruto de las actividades que hacen o hacemos juntos porque todas son igual de importantes. Confieso que buena parte de mis disgustos y peleas con Paz y Teo es porque no se ponen a (mi) tiempo el cinturón de seguridad, no se visten, se lavan los dientes o se montan al carro. En el viaje, veo como la tiranía del tiempo se apodera de mí y yo se la impongo a mis hijos. En FamiloAmerica los tiempos son otros. No quiero decir que deba volverse una tiranía de los niños o una parsimonia absoluta y aburridora de la Vida. Solo creo que puede ser benéfico para todos los padres darnos cuenta el ritmo de vida desenfrenado de la sociedad actual y adaptarnos entre todos a unos tiempos menos precipitados y comprensivos con las necesidades de todos, de niños y de adultos.

Victoriosos tras la metida en el frío río en Jardín, Antioquia.

No quiero echar un discurso pedagógico ni teorizar sobre la educación de los niños, solo quiero compartir algunas de mis reflexiones y aprendizajes a partir de esta primera etapa de nuestra “expedición A.L. interior”. No presumo tener o encontrar verdades ni certezas, sólo comparto las mías y momentáneas. En estas primeras semanas de viaje, he disfrutado mejor las actividades y juegos con mis hijos, de una manera diferente al que lo haría en Bogotá: volar el helicóptero chino de $100o pesos en la plaza central de Jardín, jugar a las escondidas en familia en el barrio Chipre de Manizales, lanzarle el palo a Turrón en el Valle del Cocora o Jardín, jugar ping-pong o a “la lleva” en la plaza de Filandia, verlos felices en el saltarín de Cartago, ordeñar las vacas y mojarnos bajo la lluvia en Panaca o meterse en el río del pueblo son algunos de los mejores recuerdos que tengo del eje cafetero… y más allá de las estériles discusiones y aburridores argumentos pedagógicos, pasamos felices, y “nadie nos quita lo bailado”. Estos son algunos de los momentos de sol, brillantes, alegres, luminosos que he podido disfrutar mejor porque no tengo prisa.

Y este sol es el mismo que evapora el agua, la transforma en nubes y desata las lluvias y tormentas. No todos los días son soleados. Ni en Bogotá, ni en el pueblo colorido, ni en la oficina, ni en FamiloAmerica. Y por suerte, porque tanto sol cansa, quema y aburre. Esta experiencia de vida que decidimos emprender con Paula y nuestros hijos (incluido Turrón que, más bien, es un abuelo), esta apuesta de vida por estar presentes para nuestra familia, las 24 horas del día, 7 días a la semana tiene sus dificultades, sus retos y nubarrones. El primero y paradójicamente, el no poder contar con mucho tiempo (ese mismo tiempo del que escribo) con Paula, con mi bella esposa a la que amo con toda el alma y con la que discutimos y peleamos por las diferencias que tenemos, extrañando los espacios personales y de pareja que disfrutamos en Bogotá. Como lo comentamos alguna vez de manera irónica: “¿Quieren estar con sus hijos? Pues, toma tus hijos!” Estamos enseñando y aprendiendo con nuestros hijos a respetar los tiempos y los espacios propios de todos, aunque vivamos en un carro y estemos casi todo el tiempo juntos. Por momentos, los niños son demasiado exigentes, demandantes y caprichosos (y nosotros también) , llevándonos al desespero y sacando lo peor de nosotros mismos como padres, esposos y seres humanos.

Si. Esta familia tan hermosa y bonita (siempre, en las fotos publicadas) tiene momentos de grandes dificultades, de equivocaciones y peleas que estamos aprendiendo a tratar de una manera compasiva y amorosa con nosotros mismos y con los demás miembros de la familia (humana). Muchas veces logramos escampar de las tormentas internas, logramos reírnos de nosotros mismos y las resolvemos sabiamente. Y muchas otras veces, empeoramos la situación, sacamos los rayos y los truenos de nuestro interior, empapamos a los demás y no aprendemos nada. En ocasiones, yo pierdo la paciencia y la tranquilidad con Teo, Paz o Paula y mi respuesta es con un grito, haciendo mala cara o con una respuesta “decente” que lleva debajo la rabia, la frustración y la tormenta de un padre, un esposo y un ser humano que quisiera otra cosa. Confieso que en algunos momentos preferiría estar solo, respirar tranquilo o incluso ir más rápido y no estar en una camioneta con 3 personas tan bellas como complejas… y un perro que ladra durísimo. Lo reconozco y en estos momentos de dificultad y nubes, estoy lejos de ser el padre o esposo amoroso, sensato, sabio y seguro que puede responder acertadamente a las preguntas, diferencias o retos de su familia. FamiloAmérica me ha permitido ver y enfrentarme diariamente con mi insatisfacción, mis tristezas y mi “neura”, como la llama Paula. En mí, en nosotros, en FamiloAmérica también hay sol y lluvia.

En Salento con Paz.

Cuando fuimos a Panaca la primera vez, la lluvia aguó la fiesta y la sonrisa de Paz se convirtió en llanto, rayando en una pataleta que arruinó la tarde. Cuando paseamos por las calles de Filandia, encontramos un oasis de juego y diversión en la plaza central, y logré encontrar un lugar para jugar ping-pong con los jóvenes del pueblo y a “la lleva” en familia con la nueva amiga de Paz. Cuando Paz y Teo pelean y discuten interminablemente, la tormenta surge y todos nos volvemos tempestad. Cuando no encontramos el atardecer de Manizales, la Vida nos invitó a jugar a las escondidas en el barrio Chipre. Cuando nos paramos en un peaje o le queremos preguntar alguna dirección a un transeúnte, los ladridos de Turrón resuenan por todo el carro, no nos permiten escuchar nada y me hacen perder la paciencia con el “abuelo” (que merece un capítulo aparte). Cuando puedo disfrutar del tiempo presente para lanzar helicópteros chinos con mis hijos, jugar a “la lleva” o meterme al río, la alegría me invade.

En FamiloAmérica, este carro llamado “Dharma” (que significa camino, enseñanza), se ríe y se llora, se pelea y se reconcilia, se planea y se improvisa, se besa y se equivoca, se dialoga, se canta y se hace silencio… hace sol y llueve, en diferentes momentos y simultáneamente… y cuando estamos bien ubicados, presentes en el ahora, con la mente despejada, el corazón abierto y el espíritu iluminado podemos ver el arco iris en todo lo que sucede. En medio del sol y la lluvia podemos ver el arco iris.  Y cuando sólo hace sol. Y también cuando sólo cae la tormenta. Estamos aprendiendo a disfrutar del tiempo presente para ver el arco iris en todos los momentos y lugares que visitemos, a reconocer el reflejo colorido y divino de todos los seres, escondido o visible en las múltiples y diferentes situaciones que experimentamos. Estamos iniciando, estamos aprendiendo con humildad porque muy seguramente seguiremos teniendo días de sol y de lluvia a lo largo de este viaje, de FamiloAmérica, del gran viaje de la Vida. Estamos aprendiendo que el sol, la lluvia y el arco iris, somos nosotros.

FamiloAmérica.

 

 

About Camilo Rodríguez

5 comments

La Clari - May 10, 2017 Reply

Los amo, los admiro, me emociono con sus emociones y me recorro sus recorridos disfrutando de sus relatos y sus fotos! Abrazos de amor ❤️

Sindy - May 12, 2017 Reply

Super chevere esa experiencia. Y viajar así en familia lo maximoo.

Jenny - May 14, 2017 Reply

Bello relato, me llega al alma tus reflexiones como papá y ser humano en toda su humanidad, abrazos a FamiloAmérica!

ALICIA BADEVA GONZÁLEZ - May 15, 2017 Reply

Escribes muy bien.

Mami y abuelita Patty - May 23, 2017 Reply

Cami, Pau, Paz y Teo. Me emociono al leer esta linda experiencia que han tenido como familia. Me fascina verlos disfrutar de estos momentos tan maravillosos que han tenido unidos y llenos de esplendor. Este viaje que nos parece loco a algunos, siento y vibro porque los veo lleno de luz, amor, libertad y paz para el crecimiento espiritual, corporal y mental.
Me recuerdan tiempos aquellos que viajabamos con tu abuelo Peter y tu papa sin horizonte donde buscabamos la felicidad de familia. Tienes herencia de ese mundo para apartarse del mundanal ruido de la ciudad.
Me siento feliz y vivo con los 4 este maravilloso viaje con tus relatos y con los de Pau recordando a su viejo querido. Cancion de Piero que le fascinaba a tu papa porque tenia un papa muy querido y le encantaba la aventura, indudablemente llevas esa sangre ardiente de tu abuelo y padre.
Gracias por mostarnos parte de nuestra Colombia amada y hermosos paisajes. Contigo y con Pau aprendemos a conocer estos sitios tan agradable a nuestros ojos y apreciar lo que tenemos.
Nos vemos en casa y seguiremos tu recorrido por familoamerica cuando sigan al sur, sur.
Pronto nos veremos. Los amo y estoy orgullosa de tenerlos como mi familia.

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